La aprobación en el Congreso del embargo condicionado de armas a Israel concita, en un solo punto, muchas de las incoherencias de la situación actual del Gobierno y los socios de su escuálida mayoría parlamentaria. En un plano más evidente, el embargo de armas a Israel llega a destiempo cuando está a punto de conseguirse la paz en Gaza.
Este modo de presión, cuestionable en su forma y en su fondo, también resulta excéntrico en el tiempo, pues compromete aún más a nuestro país y sus maltrechas relaciones con Israel a cambio de un resultado del todo irrelevante.
Que España se niegue a vender armas a Israel y a recibirlas de aquel país cuando el conflicto está en vías de terminarse da medida de lo descarriada que ha resultado la política exterior en este escenario.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha utilizado el cruento conflicto de Gaza para afianzarse en política nacional, en un juego que puede considerarse comprensible solamente desde la defensa de sus intereses domésticos y la tentación de levantar cortinas de humo sobre sus problemas en España y sus debilidades familiares, judiciales, de partido y parlamentarias.
El interés de Sánchez ha sido, desde el primer momento, señalarse contra Israel por delante y yendo mucho más lejos que sus socios europeos, en un ansioso empeño por aumentar su depauperado prestigio.
Esta operación ha terminado en lo que futbolísticamente podría definirse como un fuera de juego de la política exterior al aprobar un embargo de armas extemporáneo. Esto ha sucedido porque Moncloa ha querido mostrarse como un actor principal de la resolución del conflicto, cuando ha sido fútil comparado con el papel que han desempeñado tanto la administración estadounidense como los países árabes.
Con este embargo y otras decisiones relacionadas con Israel, Moncloa no pretendió solucionar la guerra, sino hacer activismo, ideología y estrategia política para sostener su aritmética legislativa dentro de nuestras fronteras, en una maniobra que resulta, hoy más que nunca, evidente.
Son los propios socios de la mayoría de investidura los que han denunciado lo que califican como ‘embargo fake’ y un ‘coladero’. Sin embargo, y en contra de lo que venía sosteniendo en los últimos días, Podemos ha terminado apoyando la iniciativa ante la soledad a la que le obligó el Gobierno una vez que consiguió el ‘sí’ de Junts a su propuesta.
La razón que esgrime la formación de Belarra es que iba a ser señalada como la responsable de que no se tomaran medidas.
La alambicada estrategia de uno y otro demuestra cómo lo que mueve a la izquierda no es la causa de los gazatíes -que en ningún caso se lograría apoyar con una medida equivocada e ineficaz como esta-, sino su supervivencia en la política nacional, a costa de poner, una vez más, en juego los intereses exteriores y de seguridad de nuestro país.
ABC