Poco a poco nos hemos ido quedando sin suerte ni alegría, sin patria ni derechos. Mientras que España se debate entre el existir o no existir, los espíritus libres pugnan por oponerse y resistir al hampa política y al populacho cainita. Convivir en medio del rebaño y estar dirigidos por hienas y traidores, resulta amargo y aburrido, además de tóxico. Y en un ambiente así no puede el alma librarse de ultrajes y dolencias, aunque, como las raíces del almendro, se nutra de una esperanza indestructible.
Cuando Pedro Sánchez, lo mismo que Pablo Iglesias y similares, eran invitados a las tertulias de derechas, ya se les veía asomar la patita por debajo de la puerta, pues nunca han ocultado su ambición ni su desprecio a todo rasgo de nobleza, de solidaridad y de diálogo. Por sus uñas se conocía a los tigres y los más avisados se sorprendían de que quienes aparentaban quejarse de las catástrofes rojas, ofrecieran sus micrófonos a los despiadados forajidos que las propugnaban y ejecutaban, disparando jactanciosos sus miserias ideológicas y morales en los mismísimos salones del enemigo.
Siempre ha sido un misterio para los más lúcidos las intenciones de algunos optimates de pedigrí derechista, que han abierto sus puertas o se han conchabado directamente con granujas variopintos, rojos de salón, progres visa-oro, socialdemócratas a la violeta, comunistas pijos y sociatas de indudable condición burguesa, todos ellos canallas y cantaores de la Internacional a media jornada y según conveniencia y condición.
Tal vez la lucidez de estos prudentes, teñida de cierta cortesía, no acababa de asimilar esa tradición de las derechas españolas consistente en carecer, como las izquierdas, de principios, de honor y de amor patrio, impulsados todos ellos por la oscura codicia y con la mirada sólo atenta al interés personal, esto es, al negocio. «Ni Dios, ni España, ni Honra». Esa es la divisa que brilla o debiera brillar en sus blasones.
Lo peor para ellos y lo más vejatorio, es que, si vienen torcidas, acaban siendo bardajes del rojerío, que les maneja a su antojo, no dejando de cultivar en el corazón las malas semillas del miedo y de la súplica. Da lo mismo quién sea el ofensor y el bandolero, si ellos o sus codelincuentes, o ambos, porque la cuadrilla socialcomunista siempre se las apaña para hacerles pagar todas las culpas, las propias y las ajenas y, encima, perdonarles la vida; y en las pendencias que provocan, bien caras y sangrientas les vende las paces.
Los pérfidos artificios de las izquierdas resentidas sitúan a éstas siempre en el poder, salvo que surja un líder salvador, algo que no suele facilitar el destino, por desgracia para la patria y por justicia para la chusma. Por eso no se explica que estos derechistas cándidos acepten convivir con un marxismo que no deja de humillarlos y derrumbarlos, pues les ubica siempre en una pendiente resbaladiza, la de ejercer de prostitutas y pagar además la cama.
Ahora, las hienas rojas, disfrazándose una vez más de corderos, siguen apretando las tuercas de la esclavitud ciudadana con otra decisión restrictiva de derechos y libertades. Por el bien del rebaño, claro, decretan una amputación más a la autonomía expresiva, ignorando a sabiendas que sólo el déspota necesita muchos decretos y leyes, que los buenos pueden juzgar y gobernar con pocas, si éstas son rectas.
Ni el pueblo se entera, ni quiere enterarse del penúltimo atropello; por su parte, en sus escandalizadas tertulias, las elites derechistas vuelven a echarse las manos a la cabeza. ¡Qué malos son los rojos! Pero, ¿ cómo es posible? Y persisten en caminar en círculo para no llegar a ninguna parte.
En fin, en una sociedad que no desea escuchar el estruendo, poco a poco la tiranía acopia más y la prudencia menos. Ni izquierdas, ni derechas, ni democracia, ni pueblo. Esos significantes se han visto desprendidos de su tradicional significado por quienes se han empeñado en imponer un Nuevo Orden. Su concepto social y político ha quedado obsoleto. Todo, en nuestra triste actualidad, es engaño. «En nuestros días, más que nunca -dijo San Pío X-, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos».
No esperéis, pues, paz o progreso, sino abusos y matanzas dilatadas en el tiempo. Izquierdas, derechas, democracia y pueblo representan cuatro ideas que han quedado reducidas a dos: honradez y morralla. ¿Partidos de izquierdas y derechas? Mentira. Malhechores y honrados, eso es todo.
Y mientras nos habituamos a ver la nueva realidad, todos los protagonistas de la Farsa seguirán a lo suyo: unos a defender sus corrompidos negocios y otros a gozar de sus migajas. La morralla a destruir o a contemporizar con la destrucción; los honrados a construir y luchar por un mundo mejor.
El problema es que, hoy, los honrados son tan escasos que podemos contarlos con los dedos de una oreja. El obstáculo es que, hoy, a la muchedumbre indiferente nada le afecta si tiene unos euros para la gasolina del carro y para la cañita de las doce.
La cuestión, pues, es que, contra las hordas rojas y contra sus amos no se puede contar con los derechistas apátridas ni con la plebe inerte, a quienes ni la verdad ni el futuro de España les importan. Todos ellos están tan ocupados en sus problemas y gustos personales, en resolver sus contratiempos y licencias domésticas, que nada les concierne la justicia, la razón, la verdad ni la excelencia.
Pero la vida -o el cosmos, que en griego quiere decir «orden»-, sigue sus propias leyes, aunque nosotros las desconozcamos, no sepamos qué hacer con ellas o tratemos de desnaturalizarlas, que es lo que en la actualidad persiguen los Señores Oscuros y sus sicarios.
Y los pájaros seguirán volando e ignorando el porqué de su vuelo. Y también para los diablos se bajará el telón y concluirá su hablar, su respirar y su vivir. Quédense los débiles, temerosos de su particular infierno -la verdad, la libertad, el mundo-, refugiados en sus sectas, congregaciones y fratrías, pero aquellos que han experimentado el poder de la Providencia no cultivarán nunca en su ánimo el temor ni el deshonor, y se esforzarán por combatir al Mal y por aceptar, sin júbilo ni ira, lo que la vida ofrece.
Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)