Cuando un pueblo se deja engañar por un político, y persiste en su error, la única pregunta que se haría cualquier persona con dos dedos de inteligencia y cuatro gramos de dignidad es ¿Qué coño pasa aquí?
A la democracia le falta un control de calidad que permitiera corregir la mediocridad de los asaltacunas, oportunistas, psicópatas, delincuentes, mentirosos compulsivos, arribistas sin oficio, sectarios sin moral y ladrones de lo publico en beneficio propio.
¿Conocen a algún tipo o tipa que antes de estar en el gobierno vestía como un macarra, olía como un chancho, caminaba como zombi, y ahora tiene garantizado su futuro económico como si Yolanda siempre hubiera sido rica?
La aristocracia no es el gobierno de los ricos como dicen los catetos que jamás estudiaron griego ni leyeron a los clásicos, sino el gobierno de los mejores, que fue el sistema político ideado por Platón y Aristóteles, encabezado por una élite sobresaliente de hombres sabios, virtuosos y con experiencia del mundo.
Después de cada elección se oyen los aullidos de los parvenus de la política al regresar a su espacio natural, que es el paro, y por eso los que aún quedan se aferran al poder y se aprovechan a manos llenas hasta que les llegue el momento de regresar a sus greñas.
Decía Descartes que la duda define la condición inteligente del hombre y, sin embargo, una de las decisiones más importantes a las que se enfrente un ciudadano en una democracia es elegir a quién vota aunque en España se practica el cerrilismo fanático.
Menos mal que aún quedan en esta piel de toro mujeres y hombres que cambian en sentido de su voto cuando comprueban que han sido engañados. Conozco a algunos, entre otros yo mismo, que a lo largo de mi vida le he sido gozosamente infiel a los políticos que me han engañado.
Hoy unos maúllan, otros no se dan por aludidos, algunos reconocen sus fallos y se cabrean, pero siempre les quedará a los políticos el consuelo que les regalan los mediocres fanatizados, sin olvidarnos de la legión de propagandistas de la fe agnóstica.
De algunos periodistas no hablo porque por suerte ya no pertenezco a ese oficio.
Diego Armario