Parece que Rafael Santandreu, gurú del optimismo low cost y campeón mundial de las frases para tazas de desayuno, ha vuelto a iluminar el camino de la humanidad con una revelación digna de Sócrates… o de un anuncio de yogures con bífidus activo.
Según él, la etapa más feliz de la vida no es la niñez, cuando tu máxima preocupación era que tu helado no cayera al suelo. Tampoco la juventud, esa época en que todavía podías doblarte sin oír un concierto sinfónico de huesos. No, amigos, la felicidad suprema llega cuando uno “empieza a pensar correctamente”. Vamos, que si no eres feliz es porque piensas mal, como si la vida fuera un examen tipo test en el que te has equivocado de casilla.
Santandreu sostiene que todo se arregla con un cambio de mentalidad: dejar de quejarse y admirar lo mágico del día a día. Claro que sí, porque nada mejor que contemplar el brillo espiritual de la factura de la luz o el milagro cósmico de la hipoteca subiendo. Esos sí que son experiencias místicas.
Lo fascinante de estas sentencias es que, en el fondo, nos culpan elegantemente de nuestra infelicidad, si no sonríes como anuncio de dentífrico, no es culpa del paro, ni de la precariedad, ni de que te traten como a un cajero automático sin saldo. Es porque no piensas bien, porque no has leído la página 43 de su último libro donde explica cómo reprogramar la mente con una sonrisa de plástico.
En definitiva, la “mejor etapa de la vida” parece ser aquella en la que comprendes que la felicidad no depende de nada externo… salvo, quizá, de comprar el próximo bestseller de autoayuda que te recuerde, con letras grandes y coloridas, que todo está en tu cabeza.
Salva Cerezo

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Humanidad,

Última Actualización: 13/09/2025

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