Con persistencia de niño en busca de atención, Pedro Sánchez ha decidido polemizar con Donald Trump, afeándole que haya ganado las elecciones siendo millonario. Como si la riqueza fuese un pecado capital y como si las campañas publicitarias y electorales de Sánchez fuesen modestas y las pagase de su bolsillo, nuestro presidente se lanza a una batalla contra la «tecnocasta» de Silicon Valley.

¿No es acaso una ironía que quien revienta la constitución de su país se erija ahora en el sheriff de la democracia mundial? Sánchez, en su afán por destacar en el escenario internacional, olvida que la grandeza de un líder no se mide por el ruido que mete, sino por el lugar en el que coloca a su nación en el concierto internacional.

Siendo Estados Unidos la primera potencia y un socio prioritario de España en todos los órdenes, las declaraciones de Sánchez son como pegar patadas a un avispero. ¿Cómo puede ser tan irresponsable? Tengamos en cuenta que, a diferencia de nosotros, USA es muy susceptible —porque aún tiene orgullo nacional—. En un mundo donde la política internacional es el arte de recolocarse tras las elecciones de los socios, nuestro presidente prefiere lanzar piedras sin tener siquiera un refugio, como si fuese un Maduro más.

El error proviene, primero, de la inercia. Sánchez ha sido incapaz de diferenciar la lucha política de la acción de gobierno, y ha metido su ideología hasta en las decisiones administrativas y económicas. Ahora, preso de su propia confusión, no sabe hacer un ejercicio de diplomacia elemental: distinguir la administración americana y su democracia del programa electoral del vencedor. En segundo lugar, el tropiezo nace de su egocentrismo: tan acostumbrado al protagonismo de los focos, es incapaz de algo tan fácil como ponerse un poquito de perfil.

Con este enfrentamiento directo se equivoca en tres puntos. El primero, cuando afea que Trump haya comprado los votos con su dinero. Se merece el relampagueante recordatorio de revés que le ha arreado Rebeca Argudo: «…y Sánchez ha comprado siete votos por una amnistía«. No estamos ahora para comparar nuestra salud democrática con la de nadie.

La segunda equivocación es que, buscando el protagonismo, Sánchez no hace más que recalcar su insignificancia. Trump ni se rebaja a contestarle y él queda como quien demanda casito a toda costa, Calimero progresista: «¿Y a mí por qué nadie me insulta?». Grita hasta la afonía en el vacío esperando un eco que nunca llega.

¿Quiere decir esto que gracias a su talla internacional minúscula nos vamos a salvar de las represalias políticas del gigante americano? No, qué va, ojalá. Algún propio estará tomando notas, y un mando intermedio de la nueva administración ya le pasará la factura a Sánchez, esto es, a nosotros y a nuestro peso en el mundo. Sucedió con la ocurrencia de Zapatero de quedarse sentado al paso de la bandera norteamericana.

También en esto Sánchez sigue a su maestro. Ambos nos exponen a todos a las consecuencias de su gesticulación ideológica. En el juego de ajedrez de la política internacional, nuestro presidente se ha puesto a mover sus peones a lo loco, dando vueltas como si fuesen la bola de la ruleta, sin pensar que se la está viendo con alfiles y con torres.

Enrique García-Máiquez (La Gaceta)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 22/01/2025

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