Iniciados por Zapatero y su 11-M, vivimos tiempos en que todo está permitido, como la justificación de los criminales para tener eco en una sociedad que ha olvidado los principios morales. Las jaurías, los monos escandalosos se hacen respetar. Es prebenda del sanchismo.

El error letal contra la democracia fue considerar igualitariamente los derechos de quienes pretenden desintegrarla. Demasiada ventaja para los forajidos que convierten la libertad en libertinaje al amparo de una ley injusta contra los ciudadanos honrados y dignos.

Desde hace tiempo y acaso como una planificación premeditada contando con el ignaro apasionamiento de una prole desorientada, algunos jóvenes maman las debilidades del sistema que permite que los delincuentes equiparen sus derechos con los de las víctimas. La tendencia es transformar en héroe al desalmado; lo santifican y enaltecen como ejemplo de venideras generaciones. No hay solución con seres amorales, pedazos de carne con ojos sin sensibilidad ni cultura.

Intercambiando opiniones con estudiantes que denuncian la situación en las aulas intervenidas, corroboré la sospecha de esta decadencia visceral que se ceba en el ámbito universitario. Ya en el año 1982 cuando me matriculé en Ciencias Políticas de la Complutense el aire era irrespirable con las aulas tomadas por manadas escandalosas y hostiles. Era un caldo de cultivo al principio de la democracia para este presente aberrante y definitivo.

El futuro de la indigencia cultural en realidad es el presente de lo que se fragua en las universidades. Grupúsculos de fracasados, unidos en la mediocridad, se conforman en un frente popular de vagos que pretenden cambiar la sociedad para malearla a medida de sus inutilidades. Afortunadamente, la influencia de esos caraduras que surgieron del artificioso 15 M , ya crían malvas metafóricas, enterrados por la indignación popular reflejada en las urnas.

Sánchez llegó ilegítimamente y organizó un gerontocidio oculto tras los subterfugios creados a través de la intervención del Estado. Politizar el dolor, decía un miserable Pablo Iglesias.  No se olvidará nunca el crimen que supuso el asesinato protocolario de nuestros padres, de decenas de miles de personas ejecutadas protocolariamente bajo los auspicios de un maléfico orden mundial.

Tampoco el ocultamiento de las muertes reales que se practicaron masivamente por sedación, organizada una eutanasia ordenada desde los despachos de Satanás en España. Así, bajo el paraguas de una hecatombe generalizada, de una estrategia de masacre con la OMS  supeditada al soborno de las farmacéuticas, el extremismo sólo necesitaba después de 40 años, un nuevo germen donde sobrevivir y expansionarse.

Las nostálgicas generaciones del sectarismo arbitrario que votan incondicionalmente la criminalidad y la corrupción reiteradas, se han juntado con las nuevas que se creen lo que se les dice por no molestarse en saber lo que se ha escrito.

La ignorancia es un valor añadido en la radicalidad que reinventa la historia y se la cree. Con razón puede llamarse generación perdida a la que no se integra con el continuismo constructivo que hizo posible una libertad constituyente, imperfecta pero libertad, durante décadas.

La Universidad se ha convertido en el foco desintegrador de las libertades mantenidas durante cuarenta años. El fundamento de los mediocres que inspiran violencia para conseguir propósitos destructivos está asentado en el inconsciente colectivo de los que eligen la beligerancia a la oportunidad de futuro; en realidad, una actitud lógica de resistencia activa por la deficiencia de preparación profesional que augura nula capacidad competitiva.

Es más fácil la confrontación y la holganza de la rebelión contra todo aquello que no se puede superar en condiciones de integridad personal. Vence así el afán delictivo disfrazado de voluntad social y camino vamos de la desintegración jaleada por miríadas de osados desestabilizadores sociales que acabarán siendo víctimas de sí mismos después de perjudicar al resto. La ignorancia no posee límites en sus osadas ambiciones.

El desconocimiento visceral ha derivado en una «kultura» aceptada por una muchachada errática. La consigna estriba en la ruptura de reglas sociales como de las ortográficas. Un todo vale en la igualdad que los acomplejados y aprovechados del sectarismo han impuesto como religión a la sociedad que no ha sabido defenderse de sus múltiples depredadores que buscan vanaglorias y beneficios tabernarios al margen del interés mayoritario.

La democracia ha engendrado sus propios monstruos. La libertad mal entendida se convirtió en el sueño megalómano de mamarrachos llamados a hacer historia en cuanto se les ha dado un poco de cancha mediática.

No hay nada peor que un energúmeno con aires de grandeza que sale de las cuatro paredes de sus ensoberbecidas veleidades para convertirse en dueño de un mundo idiotizado a su imagen y semejanza.

Ignacio Fernández Candela (ÑTV España)

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Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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