En Moscú deben de estar frotándose las manos. No porque tengan frío, que también, sino porque Vladimir Putin ha descubierto un entretenimiento más barato que el vodka y más efectivo que la propaganda soviética: mandar drones a pasear por aeropuertos europeos como quien lanza avioncitos de papel en el colegio.
La escena es surrealista, radares encendidos, militares en alerta, aeropuertos que parecen rodajes de Hollywood… y todo porque un dron ruso decide darse una vuelta por el cielo europeo. Occidente, con su manual de protocolo, corre a reunirse, convoca ministros y redacta comunicados solemnes. Mientras tanto, en el Kremlin alguien se ríe con la misma intensidad con la que un gato observa a un perro morderse la cola.
La pregunta del millón: ¿es un tanteo estratégico para medir la capacidad de reacción de Europa o simplemente una tomadura de pelo monumental? La respuesta podría ser ambas. Porque si hay algo que caracteriza al “zar” contemporáneo es esa habilidad de disfrazar un órdago con cara de chiste.
Europa, fiel a su estilo, responde con su mejor arma, la preocupación diplomática. Traducción: comunicados, ruedas de prensa y la promesa de “vigilar de cerca la situación”. Porque, claro, «nada intimida más al Kremlin que un comunicado en PDF firmado por tres comisarios europeos».
Lo cierto es que, más allá del espectáculo, Putin parece estar jugando al viejo truco de “vamos a ver hasta dónde llega la paciencia del vecino”. Y de paso, disfruta viendo cómo se tambalea la seguridad aérea occidental con un par de juguetes voladores que cuestan menos que un coche de segunda mano.
Conclusión: mientras Occidente debate si es guerra psicológica o simple cachondeo, Putin ya ha conseguido su objetivo, hacernos sentir que cualquier dron ruso es más importante que un Airbus lleno de pasajeros. Y eso, en términos de poder, es un golazo por toda la escuadra en toda regla.
Salva Cerezo

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Política,

Última Actualización: 07/10/2025

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