Dar cumplimiento a esa perniciosa y maligna “agenda 2030”, impulsada por la élite globalitaria con el concurso necesario del llamado comunismo cultural, se ha convertido en el objetivo prioritario de una buena parte de los políticos que nos desgobiernan, especialmente de la izquierda y ultraizquierda.

Unos políticos que, con la pretensión de ganarse los favores de los que pretenden gobernar el mundo, ocultos tras las siniestras sombras de un poder omnímodo, son capaces de vender, de la forma más vil y artera, los intereses de España y de los españoles.

Estamos asistiendo, lamentablemente impasibles, a la destrucción de nuestra agricultura y ganadería, de nuestro potencial hidroeléctrico, de lo poco que queda de nuestra industria pesada, de nuestra economía, de la pequeña y mediana empresa y, poco después, le tocará el turno a nuestra forma tradicional de vida, amparándose en un ecologismo vendido al poder económico, un animalismo estúpido e irracional y una presunta apocalíptica destrucción del planeta, siguiendo, al pie de la letra, las instrucciones de la oligarquía mundial con tipos indeseables como Soros y Gates a la cabeza.

Nuestras ciudades están siendo destrozadas, convirtiéndose en hostiles para todo aquel que no sea ciclista y patinetista; pretenden eliminar el dinero contante y sonante para sustituirlo por el pago con tarjeta, con móvil o, en el colmo de la estupidez y del pijerío, con el reloj; ese será el mejor sistema pare ejercitar un control total y absoluto sobre cada uno de nosotros que quedaremos al socaire de quien mueve los hilos desde las sombras y que, si un día considera que “somos malos”, podrá bloquear estos sistemas de pago y, con ello, convertirnos en esclavos de sus caprichos a todos los niveles.

En mi ciudad, La Coruña, la hasta ahora alcaldesa -esperemos que lo sea por poco tiempo-, con el incondicional apoyo de su troupe socialista, está convirtiendo a nuestras calles y avenidas en un velódromo en el que podrán disputarse todo tipo de pruebas ciclistas y de patinetes.

Aquí y allá, sin ton ni son, sin que conduzcan a parte alguna, ha construido kilómetros y kilómetros de carriles bici por los que prácticamente no transita nadie. Me gustaría saber cuánto nos ha costado a cada uno de los coruñeses esta descomunal inversión y, sobre todo, la ratio coste de kilómetro/usuario; por cierto, unos usuarios que no satisfacen impuesto alguno y a los que, ni tan siquiera, se les exige una póliza de seguro obligatorio.

Primero fueron los Cantones que quedaron destrozados con ese carril bici central y con la eliminación de la mayor parte de los carriles de circulación de vehículos y, para mayor abundamiento, con esos tramos que ni son acera ni calzada, no usados por nadie salvo para instalar en ellos terrazas de bares que si le tienen que estar agradecidos a esta incompetente señora.

Ahora, le toca el turno al Paseo Marítimo que, según dice, pretende humanizar, reconvertido en un auténtico desierto de cemento; un espacio urbano que ya contaba con carril bici desde hace muchos años y que ahora se convertirá en el gran emporio de las bicicletas y los patinetes, como se aprecia en la fotografía, y, sin embargo, las farolas seguirán oxidándose y lo que quede de calzada continurá totalmente descuidada y abandonada.

Lo de “lady carriles-bici”, nombre con el que la alcaldesa debería pasar a la historia negra de la ciudad, es una obsesión.

Se empeñó en convertir la urbe en un entorno hostil para conductores y lo está consiguiendo. En lugar de facilitar la conducción en una orografía complicada como es la coruñesa -no hay que olvidar que una buena parte es una península con su istmo correspondiente- y de  abrir las puertas a los que nos visitan, facilitándole su acceso a hoteles y hospedajes, está consiguiendo el efecto contrario ya que, por muy bucólico que pueda resultar lo de circular en bicicleta/patinete.

La Coruña, debido a su climatología -con permiso de los tontos y tontas del cambio climático y del ecologismo bien financiando por intereses espurios-, no es, precisamente, el lugar más adecuado para ello, motivo por el cual no queda otro remedio que utilizar el coche o, como mucho, el transporte público sujeto, igualmente, a una serie de restricciones por la obsesión de convertir a La Coruña en un enorme velódromo.

Pero esta obsesión malsana viene de atrás, no hay que olvidar cuando comparó a los propietarios de los automóviles con los poseedores de ganado vacuno, aduciendo, y se quedó tan pancha, que el que tiene coche es como el que tiene una vaca y, por tanto, debe tener establo, toda vez que, según este personaje, lo de tener coche no es un derecho, entonces ¿qué es?, ¿una obligación?, ¿un capricho? Parece que esta señora desconoce que para muchos el vehículo es imprescindible y que, por circular y aparcar, paga lo que se llama el impuesto de circulación. Impresentable.

Un impuesto que exige que el municipio mantenga las calzadas en perfecto estado, habilite unos espacios para aparcamiento y que si los ciclistas y patinetistas pueden gozar de los privilegios que gozan que empiecen por pagar como pagamos los pringados de los conductores.

Es conveniente recordar estas cosas y otras muchas, cara a las elecciones de finales de este mes en las que, si queremos que La Coruña vuelva a despegar, es imprescindible echar a esta señora y a su troupe del Ayuntamiento, al grito de que los vote Chapote.

Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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