El nutrido linaje de villanos de la política española se alza ya sobre sus trémulas patas avizorando las inminentes elecciones. Acuden a ellas sin sentir el peso de sus deudas ni pagar el precio de sus saqueos; para eso está el pueblo.
Se arropan con la toga cándida mientras sus bocas pulen las mentiras hasta convertirlas en chucherías que nos arrojan desde sus camellos en la cabalgata electoral. Son la vanguardia del delito y de la corrupción envuelta en las pálidas y untuosas palabras de la campaña. Palabras que son como las amapolas, que llevan el sueño en sus venas, y cuando les hemos regalado la patente de corso en las urnas se transforma en eléboro, que lleva la muerte en su savia.
Ahí están todos, con su gesto fatuo, democráticamente devoto y vacío, pero zalamero hasta la náusea porque toca renovar el chollo del zángano charlatán sin más oficio que la farsa electoral con el beneficio de la regalía de un escaño o una concejalía, para seguir robando mientras dan tumbos cuatro años más entre embustes y traiciones.
Saben lo que hacen, y lo hacen muy bien. Hacen acopio de nuestros miedos y de nuestras debilidades, y las llevan en la canana y en la vaina, donde los hombres de verdad llevan las armas. Ellos no, ellos paladean nuestra confusión y saborean el advenimiento de nuestro miedo. Con eso les basta…y les sobra.
Vendimian promesas como quien recoge mugre, y nos las arrojan a la esperanza como confeti en la espesura aceitosa de la campaña electoral. La impostura de su dócil mansedumbre para escuchar al pueblo es tan absurda, falsa y teatral como si un ave rapaz tratase de comportarse como un gorrión.
Y cuando se les evidencian sus desastres, el catálogo de sus traiciones y el decálogo de sus mentiras, muestran una consciente inexpresividad, contestan lo que no se les ha preguntado y te endosan sin rubor los mantras de su programa electoral, porque saben que el orden natural de la democracia consiste en complacerlos a ellos satisfaciendo las demandas de sus partidos. Son seres antropomorfos, sí, pero sólo en la medida en la que un gusano se parece a un hombre.
Conocen la cadena del miedo que engrilleta al pueblo y la tensan y le dan holgura a su antojo y conveniencia, porque saben muy bien que tras la puerta de los españoles ya no cuelga ni la espada de un soldado ni el cayado de un pastor. ¡Que te vote tu puta madre, gusano antropomorfo!
Eduardo García Serrano (ÑTV España)