Hay quien dice que reír es sano, pero cuando el motivo de la risa es el Congreso de los Diputados, la cosa más bien roza lo patológico. Lo que antaño fue templo del debate y la oratoria se ha convertido en un “Club de la Comedia” presidido por un humorista de oficio: Pedro Sánchez. Un hombre que, sin duda, domina el arte del chiste… aunque el país entero pague el precio de la entrada.
Porque no, no se ríe solo de los que llaman “fachas” o “ultraderecha”, esas etiquetas con las que se rellena cualquier argumento vacío; se ríe de todos los españoles, voten a quien voten. La carcajada es general, aunque el eco de su risa resuene más fuerte que las voces de quienes todavía conservan algo de vergüenza.
Cada día, un nuevo espectáculo, ministros contradiciéndose, promesas evaporadas, pactos con quien sea y como sea, y un presidente con la corrupción hasta las orejas que, lejos de ruborizarse, luce sonrisa de anuncio como si la decencia fuera un accesorio prescindible. La palabra “vergüenza” parece haberse borrado del diccionario de Moncloa, sustituida por “selfie”, “encaje de bolillos parlamentario” y “¡viva el aplauso, aunque sea enlatado!”.
Lo triste no es solo que nos tomen el pelo, sino que haya quien se lo deja tomar encantado. Porque sin sardina, ya se sabe… la foca no baila. Y en este circo de la política, hay mucho aplauso bien ensayado y mucha foca con diploma de obediencia, ¿Verdad Marichus?.
Salva Cerezo