Hace dos años tuve la ocasión de conocer personalmente al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, en un almuerzo en el que estábamos cinco periodistas y me pareció un hombre bueno que es una de las definiciones más preclaras con las que se describe a la gente en la que merece la pena confiar. El almuerzo era confidencial y esa garantía le permitió sentirse cómodo y habló con la naturalidad de quien no tiene nada que ocultar.
En ese momento desconocía las vicisitudes que le esperaban en el ejercicio de su función a pesar de que podía haber sospechado de los riesgos que implicaba sustituir en el cargo a Dolores Delgado.
Pasó a jugar en primera división y aunque es posible que sospechara que le iba a tocar pitar a favor del equipo de casa alguna vez, creo que nunca imaginó que le obligarían cruzar una de las líneas rojas que nunca debe traspasar un fiscal, garante de la legalidad.
García Ortiz en vez de tomar decisiones correctas, dentro del margen que le concede la interpretación del derecho, ha cruzado esa línea al cumplir una orden del Presidente del gobierno que le ha llevado al límite del precipicio.
La obsesión enfermiza de Sánchez y su banda contra la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso es la prueba del nueve del fracaso de sus acosadores. La única líder sin complejos que existe en la derecha política es ella y eso lo reconocen sus odiadores empezando por el marido de Begoña Gómez que no duda en mentir en la tribuna del parlamento cuando se refiere a la Presidenta como autora de supuestos delitos, sin concretar ninguno.
La verdadera máquina del fango es Pedro Sánchez que ha errado el tiro al elegir como enemiga a la política más osada y sin complejos del panorama español. No se ha dado cuenta que ella es demasiada mujer para tan poco figurín.
Pedro Sánchez es el responsable de las desgracias que asolan al gobierno y está llevando hasta el precipicio a lo que fue el PSOE, mientras escucha la banda sonora de la película “Réquiem para un sueño”.
Diego Armario