En el pasillo de una universidad pública, observé un cartel que rezaba “espacio libre de violencia machista”. Cuando logré que mis ojos volvieran a su posición natural (volaron a mi hueso frontal dos largos segundos), me pregunté cómo la persona que ordenó la colocación de dicha señal, conoce la naturaleza machista, misándrica, o mediopensionista, de cada uno de los comportamientos y comentarios que se producen en el edificio, cada segundo de cada día. La seguridad de las mujeres debe preocuparnos tanto como la de los hombres. Aunque los varones, hoy día en Occidente, se hayan convertido en ciudadanos de segundo orden.
Emmeline Pankhurst y otras auténticas feministas, jamás abogaron por criminalizar a los hombres, despreciar su naturaleza, o generar una perpetua sospecha paranoica en torno a ellos. Sólo deseaban, más allá de recibir el mismo trato legal y social, dejar de ser infravaloradas e ignoradas, ser concedidas la posibilidad de demostrar su altura intelectual, moral, y laboral.
En la actualidad, aquellos que desvergonzadamente se consideran herederos de Betty Friedan, se han convertido en aquel que identifican como el agresor propio: generan discriminación positiva hacia los de su sexo, y prejuzgan, degradan y amenazan al sexo contrario. En lugar de enseñar, mediante el ejemplo, lo digna y justamente que puede tratarse al sexo opuesto.
Olvidamos igualmente, que existen hombres que son física y psicológicamente maltratados por mujeres, dentro y fuera de casa. Gritar cada día a un hombre, para más inri anciano enfermo, a un volumen que es oído en el edificio de al lado, con tono de asco y odio, como si haber dejado el aspirador en el lugar incorrecto estuviese tipificado, constituye una forma de maltrato.
Aunque el número de hombres que reciben violencia por parte de mujeres, sea mucho menor que el caso opuesto, nuestra denuncia social de la agresión que sufren, debería ser igual de robusta y frecuente. El dolor padecido por esos hombres, la erosión de su salud y autoestima (frecuentemente, con consecuencias a largo plazo), no es materia de interés de los solidarios y activistas de la igualdad del siglo XXI.
Volviendo al comienzo del artículo, el mecanismo para velar por el bienestar de la mujer, su poder y dignidad, no consiste en colocar ridículos y adoctrinadores letreros, sino permitir a los Cuerpos de Seguridad hacer su trabajo: aplicar una ley severa contra maleantes y violadores (en los últimos años, en grave aumento). Desatar las manos de policías y guardias civiles, para que disuadan a los delincuentes de continuar siéndolo.
La hipocresía y contradicción gubernamentales, el abandono y traición a la mujer, yace en que existe mayor preocupación que su bienestar: inmovilizar a los Cuerpos de Seguridad, y ofrecer preponderancia al grupo cultural que protagoniza el incremento de violaciones.
Existen más procedimientos para fortalecer, realmente, por las mujeres. De nuevo, las Fuerzas de Seguridad son la respuesta. Existen sabios y necios, grandes comunicadores y terribles transmisores, de alta moral y baja calaña, en cada profesión. Dentro del Ejército, he conocido a más de un hombre sensacional. Sus palabras y su ejemplo, su manera de tratarme, me han enseñado tanto.
Han rebajado el peso de la carga notable que percibía. Conozco el abandono, y ellos nunca lo han protagonizado en mi vida. Sí han ofrecido perspectiva y consejo certero. La mujer que suscribe, no ha necesitado ninguna legislación que convierte al hombre en el Lobo Feroz, para fortalecerse y considerarse respaldada, comprendida, bien tratada y apreciada. Sólo ha requerido mantenerse cerca de ciertos hombres de armas.
Sobre M., aquel combatiente con quien poco contacto personal viví, a quien sobre todo he escuchado en conferencias y programas en los que colabora, ha inaugurado un capítulo en mi vida, mediante su ejemplo de dignidad (en palabras y gestos).
Mi vida era más pobre cuando desconocía la existencia de él, una persona con tanta nobleza, gravedad, y riqueza interior. Él, educado y adiestrado militarmente a la vieja usanza, sólo siendo lo que es, me ha enseñado Dignidad. Jamás he sido dignificada, sólo avergonzada y perturbada, por la riada de leyes, lemas y ocurrencias impulsados por el aquelarre pseudofeminista.
Algunos militares, policías y guardias civiles, organizan conferencias, jornadas de formación, etc., para público genérico o mujeres en particular. La difusión de su conocimiento es más valiosa y apremiante que la espeluznante asignatura de Primaria y Secundaria “Valores éticos y cívicos”, un intento Frentepopulista contradictorio, de ofrecer brújula moral (si bien, ello es responsabilidad de los padres, dado que se trata de Educación, no Enseñanza) sin mencionar Filosofía, Religión, y valores castrenses (¿valores universales?) de patriotismo, esfuerzo, superación, servicio a los demás, compañerismo, y valor. Con la eterna mentalidad marcial, una Nación se fortalece. La progresía 2030, aniquila.
Aquellos uniformados que comparten su saber y capacidades intelectuales y físicas en cursos para civiles, en ocasiones infravaloran aquellos, dado que siempre los han poseído, y con frecuencia han estado rodeados de personas similares. Tienden a normalizar ese tipo de inteligencia, habilidades y nociones. Resulta entristecedor e injusto que algunos de esos soldados y agentes, ignoren la enseñanza tan provechosa y esencial para la formación humana y ciudadana, que imparten.
Cambia la vida de uno, asomarse a su manera de mirar el mundo y moverse; comenzar a vivir la vida propia, con un pedazo de su instrucción. Uno de ellos es un hombre que conoce la disciplina y no los paños calientes, y que rezuma testosterona (por tanto, enemigo del ministerio de esquizofrénicas). Él ha fortificado y entregado poder a varias mujeres.
Para lograr la protección de la mujer (que debiera preocupar tanto como la de los hombres), ninguna sociedad precisa adoctrinamiento de género, que enemista a los sexos, y siembra la ambigüedad y relativismo sexuales, destruyendo nuestra naturaleza, menoscabando la pirámide poblacional, y negando la Biología (sentimientos por encima de hechos).
Tampoco se requieren leyes que generan sospecha sobre los hombres por el hecho de tener pene, que les arrestan porque la palabra de una mujer vale más que la presunción de inocencia (regresamos al Antiguo Régimen). Leyes que regalan puestos de trabajo a mujeres, como premio por haber nacido con vagina.
Lo que sí necesitamos, con premura, es al Ejército, la Policía, y la Guardia Civil.
Amaya Guerra (ÑTV España)