Los psiquiatras se están quedando sin clientes porque hay muchos enloquecidos que piensan que no los necesitan y se auto medican con unos cuantos chutes de estupidez simplona concentrada en el templo de twitter o en un canal de televisión donde no está reservado el derecho de admisión.

Los tontos contemporáneos tienen estudios, aunque no han asimilado los conocimientos que adquirieron en la universidad o la calle, y todavía no se han dado cuenta de que ya no tienen remedio. En cambio, los locos respetables no se parecen nada a esos yonkis de la ira.

Son conscientes de que una buena terapia les ayudará a ser más creativos y, como manda la tradición, los que se sientan en los sofás de las consultas son escritores perturbados, psicópatas anónimos o prostitutas reconvertidas en damas honorables que aún no se han   adaptado a su nuevo estatus.  Es decir, gente de fiar.

Pero vamos al lío. La estupidez de lo oportunistas circula como una tromba de agua sucia un día de lluvia por una calle sin asfaltar mientras las televisiones envían a sus cámaras y a los sustitutos de los que antes fueron periodistas, para recoger lo que dice un Monedero cualquiera, siempre presto a subrayar obviedades o destrozar la lógica y el sentido común al servicio de la una causa para indocumentados.

Tienen derecho a decir lo que les venga en gana y su púbico a hacerles la ola y a creerse que un intelectual orgánico es aquel que piensa con cualquier órgano del cuerpo. Cuando en España desaparecieron por ley los manicomios en el año 1986 nadie pensó que, al igual que llego el temporal de Filomena sin previo aviso, iban a convertirse cientos de miles de personas en autónomos de lo inane con balcones a la calle.

Aunque parezca que estoy cabreado no es verdad. Yo hablo como escribo y pienso como vivo. Me la suda la corrección política de los cobardes que han permitido que unos indigentes intelectuales les roben la libertad de escribir o decir en voz alta palabras que hieren la sensibilidad de los esclavos. 

Escribir la letra de una canción, los versos de una poesía o el texto de una novela es un ejercicio de libertad inviolable y nadie puede restringirla por más que los yonkis de la ira y sus colaboradores oportunistas se pongan del lado de los nuevos los mamporreros-hombres o mujeres –   de inquisición civil.

Diego Armario