Cada vez que veo una película del Oeste pienso que las cosas no han cambiado tanto porque hoy sigue existiendo mismos personajes de aquellos años en los que el poder no estaba en la ley sino en manos de quienes la conculcaban o en el sheriff vendido.
A mí como espectador el tipo que me provocaba mayor repugnancia no era el cobarde risueño porque en su miseria moral llevaba la penitencia, sino el fiel servidor del dueño de vidas y haciendas del pueblo que le reía las gracias, y ejecutaba sus órdenes.
Hoy van de traje y a veces con corbata, pero siguen siendo los mismos que entonces porque ahora tienen el poder de la inmunidad y el desparpajo de la indecencia consciente porque saben que no hay norma que se les resista ni vasallo que no incumpla sus órdenes.
Lo mío desde hace tiempo es la imaginación, la literatura y la metáfora, pero eso no impide que haya gente que me insulte con faltas de ortografía, porque no es necesario llamar por su nombre al matón del pueblo para que sepa que él es el aludido.
Nunca llegue a prever en mi muy entrenada imaginación que un Parlamento democrático fuese secuestrado de facto por el sheriff y sus matones, y me equivoqué porque cuando la palabra se convierte en una ramera y no hay norma que se respete y se proteja, se regresa al Far West donde las putas y los puteros estaban tan hermanados como ahora.
Si se le encargase una macro encuesta nacional a un instituto demoscópico independiente y a ser posible no español conoceríamos donde están los mayores nichos de ineptitud, de corrupción ética, de desafección a la Constitución, de servilismo al jefe, de aprovechamiento de los privilegios legales, y de mediocridad.
Salvo los Presidentes fallecidos Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero se han convertido en millonarios, condición que, según algunos analistas, es muy posible que ya la haya adquirido Pedro Sánchez. Nos parecemos cada día más a África o a algunos países latinoamericanos donde sus parlamentos son edificios sin alma ni tradición vigente que los legitime.
Parte del cáncer de nuestra democracia está en sus representantes en las instituciones.
Diego Armario