No es cierto que se haya cubierto el cupo de tontos en España. Posiblemente seguimos teniendo una proporción similar de discapacitados sin identificar de los que había en tiempos pasados, pero desde el día que se abrió la veda para naturalizar como representantes del pueblo a los que son más simples que el mecanismo de una bombilla, la sociedad española ha abierto una ventana de oportunidades a la mediocridad, la osadía, el servilismo, la obediencia ciega y la ausencia de debate intelectual en las cámaras parlamentarias.

No sé por qué se insiste tanto en subrayar que Begoña Gómez, señora esposa del Presidente del gobierno, no puede acreditar estudios universitarios – como si eso fuera un demerito – cuando un sector significativo de parlamentarios de casi todos los grupos tampoco pueden hacerlo.

La política durante los primeros años del post franquismo contó con diputados y senadores con experiencia, sabiduría y estudios, pero desde que los partidos prefieren tener en sus listas a gente servil y trincona, el debate ha desaparecido, la opinión crítica está penalizada y cualquier hombre o mujer que no tenga nada mejor que hacer en la vida, vale  para calentar un escaño por un precio más que razonable e incluso desproporcionado.

No se me ha olvidado el caso del diputado del PP, Alberto Casero que votó dos veces en contra de lo que defendía su propio partido no por rebeldía sino por simpleza y estupidez. Siempre sonreía y nunca se enteraba. No era el único, pero si observamos el perfil, el currículo y la trayectoria de un significativo número de diputados de todos los grupos podemos concluir que cualquier roto vale para un descosido.

Santos Cerdán, el hombre que negoció en Waterloo el futuro de nuestro país con un prófugo de la justicia, es un honrado electricista, en cuyas manos ha puesto Sánchez el futuro de la unidad de España, y si miramos al independentismo, Gabriel Rufián paso de cobrar el paro de una empresa de trabajo temporal a convertirse en un autor de frases hechas y poses macarras como portavoz de Ezquerra Republicana.

Entre los diputados y diputadas, algunos son conocidos por hurgarse en la nariz, por dormirse en los plenos, por no haber intervenido jamás o por aplaudir o abuchear cuando se lo ordenan.

La política de hoy – salvo excepciones clamorosas – es un espectáculo de vulgaridad que tiene su muestra también en el banco azul.

Diego Armario

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Última Actualización: 14/10/2024

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