Cuando yo era niño se decía que los feos habían llegado tarde al reparto de caras y nunca creí que aquello fuera cierto porque conocí a gente muy guapa, a otros que eran del montón y rara vez a tipos muy desafortunados.
Las caras, como la inteligencia no entran en ningún reparto aleatorio ni permanecen inalterables porque con los años a veces mejoran o van a peor. Lo único que parece cierto es que los disgustos persistentes perjudican la expresión facial y el tránsito intestinal.
A partir de esta tesis estoy en disposición de afirmar que hay mucha gente que se ha echado a perder estéticamente por militar en la ideología del cabreo y más aún en la del odio contra hombres o mujeres a los que ni siquiera conocen.
No me baso en ningún estudio sociológico contrastado para hacer esta afirmación sino en la simple observación de los sujetos que acuden con regularidad a blasfemar delante de cualquier sitio donde haya gente no cabreada para concienciarles de que este mundo es una mierda y que hay que quemarlo con algunos dentro de la hoguera. Padecen una enfermedad silenciosa que les va mermando de forma irremediable y no saben lo que se están perdiendo.
Luego están los profesionales que actúan como prescriptores de la mala follá. Como su propio nombre indica no tienen tiempo, ni ganas, ni recuerdos de la última vez que al mirarse al espejo, se dijeron con una sonrisa “¡Esto es vida! ”
Hace unos días publiqué una foto con uno de los invitados que vino a mi programa “Un personaje en busca de un autor”, que se emite los viernes a las 18,00 en Decisión Radio, y como los dos somos canosos , una mujer escribió el siguiente comentario_ ¡Que dos viejecitos tan simpáticos. Parecen felices”, y aunque estuve tentado de explicárselo no lo hice , porque lo que pasa en las Vegas se queda en Las Vegas.
Hay observatorios sociológicos que miden la felicidad, y cito al “Observatorio de intangibles y calidad de vida” de la Universidad de Castilla la Mancha que estudia la felicidad de los españoles.
Creo que sería un buen proyecto que estudiasen ese parámetro a nivel nacional porque quizás descubriría la tesis que vengo defendiendo en este artículo sobre amargados célibes.
Diego Armario