El otro día, viendo las imágenes del “banco azul” del Congreso de los Diputados con cuatro de las ministras allí sentadas, todas ellas con cara de circunstancias, comprendí, en toda su extensión, el concepto de falta de dignidad.
Allí estaban aquellas cuatro otrora vocingleras que destacaron por defender hasta la saciedad y con encono la llamada ley del “si es si”, una nueva parida de la factoría podemita que tanto daño está haciendo a España.
Pese a no ser amigo de ver la televisión, más allá de alguna película o alguna serie de misterio e intriga, busqué algunas de las noticias en las que estas cuatro individuas aparecían, cual verduleras en mercado semanal, defendiendo, a capa y espada, esta miserable ley cuyos resultados están siendo demoledores.
En diferentes tomas las oí, en los primeros momentos, defender este bodrio de ley con todo encono, manifestando lo muy orgullosas que se sentían con su aprobación y todos los beneficios que el texto legal representaba para las mujeres, con pomposas frases que no dejaron de restregarnos, días y días, por la cara.
Incluso recuerdo a toda la bancada de lameculos izquierdosos, puestos en pie para ovacionar el aprobado de la ley, aplausos que eran respondidos, con un rostro de autosatisfacción, por la promotora de la norma legal que no cabía en su gozo.
Sin embargo, hete aquí que tras los desastrosos resultados de la aplicación la dichosa ley, las tornas cambiaron y los que tanto aplaudían dejaron de hacerlo e incluso los demás miembros del gobierno, presidente incluido, dejaron a la promotora y a sus cómplices solas ante los caballos, dándoles la espalda de forma miserable pese a ser ellos, en primera instancia, los que, con su voto afirmativo, provocaron que la norma fuese aprobada y publicada en el BOE.
Los que como yo aprendimos que, al contrario que los éxitos que deben ser compartidos, el que manda siempre es el responsable, por acción u omisión, de los fracasos, en la misma medida que nos enseñaron que quien fracasa de forma estrepitosa tiene la ineludible obligación de presentar de inmediato la dimisión, nos dimos cuenta de la falta de dignidad de aquellas cuatro individuas sentadas allí, solas ante el peligro.
He de decir que aquella penosa imagen, con aquellos rostros de circunstancias, adoptados por las que saben que han sido las responsables del desaguisado y que se van a tener que comer sus pomposas frases de defensa a la citada ley, me produjo incluso, al menos en primera instancia, pena.
Sin embargo, esta sensación en seguida la borré al darme cuenta de que todo el problema radica en la indignidad o falta de dignidad de aquellos personajes, personajos o personajas, como mejor prefieran, ya que si tuvieran un mínimo de ella, tan solo a nivel elemental, habrían puesto sus cargos a disposición y se habían vuelto para sus casas o para sus puestos de trabajo.
Bueno, para sus puestos de trabajo algunas de ellas no ya que no han trabajado en su vida y no tienen a donde ir y, mucho menos, en que trabajar y ahí es, precisamente, donde radica el quid de la cuestión.
El presentar la dimisión supondría, de entrada, perder los más de 70.000 eurazos al año que perciben, eso sin contar dietas, gastos de representación, transportes y otras minucias que perciben; el no tener que salir de casa con cartera vale mucho.
En igual medida, tendrían que bajarse del coche oficial o del avión o helicóptero del Estado; también tendría que abandonar los pabellones oficiales, bien protegidos por las FF.CC. de Seguridad, y su escolta dejaría de prestarles servicio. Tendrían que volver a acudir, cada mañana, a la compra y la niñera, quien la tenga, tendría que buscarse otro puesto de trabajo.
Dejarían, por supuesto, de acudir a fiestas y saraos en los que los lametraserillos de siempre no paran de adularlas, aunque luego, a solas, manifiestan, con total libertad, lo que piensan de verdad sobre ellas.
No volverían a ocupar un lugar destacado en ningún acto oficial, ni serían aclamadas por todos/todas los que se benefician de las cuantiosas subvenciones, de dinero tirado, que reciben de los Ministerios que dirigen y, de esta forma, al día siguiente de abandonar el cargo comenzarían a ser olvidadas ya que carecen del mínimo valor que las haga pasar a la historia.
Muchas cosas llevarían aparejada esa carta de dimisión como para perderlas por un principio de esa dignidad que no tienen. Para ellas, es preferible comerse unos cuantos sapos antes de abandonar el machito con lo que ello conlleva.
Cuánta razón tienen aquellos que dicen que una vez se pisa la alfombra ya nadie quiera volver a pisar loseta y este es el mejor ejemplo.
¿Realmente España y los españoles nos merecemos estar gobernados por esta lacra indigna? Creo que no y, en breve, vamos a tener ocasión de demostrarlo desalojándolos, a finales de mayo, de Comunidades y Ayuntamientos.
Ahora, ya cada cual con su conciencia.
Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV España)