Uno de los grandes avances de la civilización occidental ha consistido en apaciguar los ánimos de los ciudadanos ante los abusos de los poderosos, el saqueo de los impuestos y la parasitación de la minoría política contra la gran masa popular que antes linchaba a los causantes de sus infortunios, los decapitaban o descuartizaban por las calles en aquello que llamaban revoluciones que era la expresión más sólida y vehemente del hartazgo del pueblo.

Aunque llamarlo avance no es del todo cierto cuando esos parásitos carroñeros que sucumbían ante la ira popular, con lo que se dice sociedad civilizada siguen existiendo para robar a los ciudadanos lo poco ganado con el sudor de sus frentes.

Los ladrones políticos perviven pese a la lección de las masacres y la plebe ya no está asilvestrada tanto como para condenar a muerte a la casta que en otros tiempos comprobó lo peligroso que era hartar a la gente.

Pero el problema sigue existiendo: el robo sin consecuencias, el diezmo torturador más allá de la lógica de las ganancias, el trabajar duramente para que una pandilla de vagos y maleantes robe a destajo con la seguridad de que sus cuerpos no colgarán de las farolas. Aunque la rebelión es un concepto histórico, no debería considerarse extemporáneo al considerar lo que millones de personas pueden arrastrar si dan rienda suelta a las iras sin control.

Es cierto que hay un estado policial en Europa que salvaguarda a los políticos de la rebelión de los pueblos, pero nunca se sabe qué puede suceder si esa rebelión se traspasa y cruza los límites de los teóricos guardianes del orden establecido y toman conciencia para unirse a los subyugados.

Si antes las sociedades civilizadas no lo parecían era por la existencia de esas minorías que obligaban al pueblo a salir en busca de sus captores para convertirse en verdugos del despotismo, de la tiranía y del nepotismo.

Y si ahora las sociedades dizque civilizadas no lo son en realidad, es por la proliferación de la lacra política que sigue asaltando las economías de millones de ciudadanos, de millones de familias obligando a una innúmera cantidad de satisfacciones impositivas, con el mismo abuso que entonces provocó las decapitaciones en las calles pero con una impunidad que favorece tensar la cuerda del latrocinio estatal con la relativa seguridad de que el pueblo dormirá en su largo letargo de paz social.

En el caso de una hipotética guerra en tierras lejanas, ¿ cuántos no estarían dispuestos a saldar las deudas pendientes con los victimarios que hoy los explotan seguros de sentirse protegidos con un latrocinio miserablemente convertido en legalidad?

¿Morirían los inocentes o se tomaría cumplida Justicia rebelándose las víctimas contra quienes pretendieran alistarlos para morir en tierras lejanas contra un enemigo al que no se odia? ¿No es más fácil guerrear contra quien es aborrecido?

¿No es la casta política el peor mal a nivel mundial-salvo honrosas excepciones-contra el que despertar en rebelión?

Antes que marchar a una guerra que esas minorías elitistas pretenden con sus juegos macabros de manipulación y control, ¿no sería menos costoso, más justo y ético una rebelión que los sacara de sus mansiones a empellones para practicar historia revolucionaria? Una rebelión de las masas que denominó Ortega y Gasset filosofando con la salvaje rebeldía de una sociedad en apariencia mansa, capaz de ejecutar a los orquestadores de sus miserias.

¿Es factible una asonada definitiva que desemboque en la destrucción de un estado de esclavitud impositiva? Los políticos son minoría y confían en que mientras ellos juegan sucio y viven muy bien del miserable expolio que se practica por ley, la gente, la mayoría que podría aplastarlos, se adapta al totalitario mandamiento de los impuestos y la sumisión al poderoso que aprovecha la democracia para montarse una tiranía.

¿Puede ser este siglo XXI una réplica de revoluciones violentas en el mundo, agotado el estándar de una civilización abocada al fracaso en tiempos de paz? No es lo deseable, pero desde la idea civilizada deberían existir mecanismos de defensa democráticos para llevar ante los tribunales, sin sectarismos, los delitos de los abusadores.

Antes que la violencia siempre cupo la Justicia, la verdadera Justicia que de cumplirse llevaría a los corruptos a ser juzgados cuando amenazan, podridos de corruptelas, la vida de los cargadísimos ciudadanos.

ignacio Fernández Candela (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 21/06/2024

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