Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Si la gente tuviera meridianamente claro este principio tautológico, nadie iría llorando por las esquinas ni lamentando el mal fario de los sinvergüenzas profesionales de la política que al final son descubiertos por la justicia y detenidos por la policía
En derecho hay una ciencia jurídica especializada en los delitos que cometen los funcionarios públicos y en especial los cargos de alto rango de la administración que se prevalecen de sus privilegios para invadir espacios de impunidad mientras roban dinero, bienes materiales o trafican con influencias.
En cualquier caso lo que hacen es un delito pero cuando los ladrones son unos parvenus que pasan de la puerta del prostíbulo a un ministerio del gobierno de España, la sutiliza desaparece y la ordinariez campa a sus anchas.
Los delincuentes de guante blanco tienen la misma culpa que los porteros de discoteca venidos a más y ambos deben vérselas con la justicia, pero cuando el ladrón se comporta como Torrente la estética se desmorona y el chorizo hiede, pero en este caso apesta hasta el ministro Ábalos porque su compañero de conductas impropias es como él.
No me sorprende que Koldo – asesor durante el día y macarra en horas nocturnas- fuera considerado un colega respetado por el propio Pedro Sánchez, pero cuando se permite que un personaje experto en presentar señoritas de compañía a los políticos, venda mascarillas durante la pandemia y se quede con más del 50 por ciento del dinero obtenido sin declararlo a hacienda, en algún momento tiene que saltar la liebre.
España necesita una clase política y unos asesores gubernamentales que sean algo mas que amiguetes del ministro o el Presidente del gobierno. La ausencia de controles a la que se ha acostumbrado este gobierno conduce indefectiblemente al desastre y facilita la corrupción.
La estética también tiene que ver con la ética, y al partido de Pedro Sánchez se le están convirtiendo los dedos en huéspedes y la vergüenza en ausencia.
Diego Armario