Hay debates que está viciados en su raíz desde un primer momento. La inmigración es uno de ellos. Se trata de una problemática que, rápidamente, se infecta de prejuicios y que se contamina de estupideces.

Mientras que ciertos debates, los que más, atacan la inmigración irregular (ilegal, descontrolada o como quiera llamarse) -que siempre ha representado un mínimo porcentaje de la total inmigración- se vela la inmigración regular (legal, controlada o como quiera llamarse).

Pero es esa última inmigración, la inmigración masiva la que, sibilinamente, colma y satura todos los espacios (físicos y mentales) de las sociedades occidentales que se muestran frágiles, débiles, porque están estropeados todos los dispositivos que las blindaban como sociedades estructuradas (la familia, la iglesia, los valores, el trabajo, las certezas, el consumo, la sanidad, la educación, las ambiciones, los objetivos existenciales, etcétera). Nada, ni nadie, comenta nada (nada interesante) sobre esa inmigración principal, la importante, la masiva. Y así el debate, como con los cenotafios, se celebra sin estar el muerto en el lugar.

Se trata, evidentemente, del choque violento entre dos modelos antitéticos:

-Uno, el del arcaico modelo occidental, periclitado y decayendo aceleradamente donde el trabajo tiende a desaparecer (entonces ¿para qué tantos inmigrantes?), donde la reproducción se ha vuelto aversión por la tasa de natalidad, donde la familia se disipa, y donde el sujeto ha perdido toda finalidad telúrica o trascendental. No nos vamos a extender.

Es ese modelo precario y degradado el que se encuentra en cuestión y al que estamos asistiendo a su últimos esténtores. Un modelo ya que nadie quiere pero que todos desean mantener por inercia, por reflejo o porque no hay ninguna alternativa: se reproduce en su propio vacío. Acosado por una desestructuración sistemática, calculada, la operativa en curso no consiste más que en una estrategia de exterminación biológica y material del modo de vida analógico judeo-cristiano y del capitalismo clásico (sociedad de consumo y de bienestar).

-Y el otro, el modelo disruptivo y digital, que no procede de los países de la inmigración, sino del seno de nuestro misma geografía mental y técnica que se ha transustanciado para alcanzar lo universal y lo abstracto como norma y fin: de ahí ese rechazo visceral a todo lo singular, a todo lo anómalo y de todo aquello que resiste denodadamente en medio de las turbulencias de las transmutaciones que se han desplegado como nuevas plagas (fin del trabajo, fin del sexo, fin de Dios, fin la familia, fin del sujeto, fin de la vida, fin de las aspiraciones…) manteniendo, siempre, al Estado como referencia incuestionable (pero, evidentemente, ya no se trata del Estado precapitalista, ni el Estado capitalista, sino un Estado de nueva conformación, el Estado digital).

Para esta nueva matriz digital de la existencia la población representa una variable que carece por completo de valor alguno (antes nutría las fábricas, se reclutaba para los ejércitos, era fin de reproductividad de la familia, fue causa de la producción y del consumo, la razón de los dioses, de las guerras y de las grandes aspiraciones…). La población, para este nuevo modelo, adolece de diferencias, de matices o de singularidades: homogeneidad absoluta de individualidades segregadas que ya no es capaz de forman una unidad, una nación.

Todos se han convertido en individuos idénticos y equivalentes en su expresión dispar que se constituye en el medio exterior para embridar y confirmar una identidad profunda: la de ser equivalentes, prescindibles, sustituibles… un pañuelo guasch de usar y tirar.

Tratamos, pues, con una población integrada para el uso en modelos polivalentes (demanda en la economía, electorado en la representación, creyente en la religión, psicótica para la psicología, hombre/mujer simultáneo, paciente en la medicina, criminal para la seguridad, educando para la educación, etcétera).

Este modelo concibe la población, pues, como un factor universal y abstracto, neutro e indiferente, donde se diluyen las diferencias que antes formaba en precario una unidad cultural y étnica, una unidad de producción y de reproducción en permanente desequilibrio… por eso es prescindible.

Por ese motivo, para formular una hipótesis rigurosa hemos de atrevernos a integrar el fenómeno de la inmigración inserta dentro de esas coordenadas espaciales y temporales en que occidente se pasma con una torsión fabulosa: la de un choque de modelos (analógicos y digitales) y la de las consecuencias desgarradoras que se producen en todos los ámbitos y en todos los intersticios (personales y colectivos).

Todo sea para comprender la estrategia de las élites (ultra tecnológicas) que marcan el curso y el progreso del proceso del modelo digital y que se centra en la culminación de sus fines programáticos contenidos en la Agencia 2030, entre cuyos objetivos la ‘migración’ constituye un punto central: una demografía neutra (purgada de diferencias), universal (equivalente para todo el ámbito del planeta), y abstracta, dotada de las mismas subjetividades que la constituyen… maleable para cualquier experimento que se diseñe.

Por tanto, sobre el tema de la inmigración en Europa (que hemos de extender a todo Occidente), con independencia de que sea controlada o no, las hipótesis que propongo son, muy brevemente, estas:

1.- La inmigración es atraída hacia aquellos países donde, correlativamente, se producen bajas tasas de natalidad;

2.- La inmigración es aceptada, inversamente, por aquellos países donde los procesos de automatización están acelerados;

3.- La inmigración es fomentada, en correlación inversa, en los países donde todas las estructuras de parentesco empiezan a dejar de funcionar;

4.- La inmigración es un fenómeno que viene de fuera (exógeno) para desregular las estructuras comunitarias del interior ya deterioradas y, por tanto, a partir de una masa crítica genera un impacto endógeno irreversible trastornando todos los dispositivos preexistente, públicos y privados, colectivos o individuales, etcétera (el requisito para una inmersión inmigratoria masiva no es otra que los países receptores adolezcan de proyectos y de fines colectivos sólidos y que sean imbeles);

5.- La inmigración, como opción política, no depende del ámbito de decisiones democráticas parlamentarias (por eso no se debate sino que se impone en todos los ámbitos) y es trans-política.

La política migratoria se produce en contra del criterio de la población endógena y en su perjuicio porque, esto es esencial, depende de las élites políticas (Meloni, la Presidenta del gobierno italiano, claro, está en contra de la inmigración …¡pero de la inmigración ilegal o descontrolada! Pero guarda silencio de la inmigración controlada inmensamente mayoritaria en su país, como sucede en el resto de los países miembros de la Unión Europea).

6.- La inmigración es inasimilable y genera un modelo de sociedad dual de grupos (integrados/no integrados) tensionados pero que permite favorecer la solidez y proclamar al Estado democrático autoritario como poder dirimente del conflicto.

Es completamente cierto que el nuevo Estado digital construye la sociedad a su imagen y semejanza desde arriba. Operar de forma inversa, sin duda, es perder el tiempo. Así tenemos por cierta que la ilusión de una ‘revolución de los nuevos progres reaccionarios’ se organiza desde arriba contra los de abajo.

7.- Las élites políticas (como representantes de los grandes grupos tecnológicos, financieros y económicos que tienen su proyecto mundial en la Agenda 2030) sostienen radicalmente la necesidad de la inmigración (sin que sea necesaria desde el punto de vista estrictamente económico o desde cualquier otro que se pretenda) porque les guía la estrategia de un proyecto operativo tendente a modificar radicalmente la demografía y las características de sus poblaciones (imponer la inmigración como medio para realizar su proyecto de exterminación del modus vivendi de la población preexistente).

Esas variables pueden darse todas conjunta y simultáneamente o no, unas sí y otras no, todo ello dependiendo de la naturaleza y del grado de digitalización de cada nación como de la intensidad de las resistencias que presentan (así tenemos, por ejemplo, España y Polonia donde comprobamos diferencias notables en la resistencia que ofrece el catolicismo organizado).

Estas serían algunas de las hipótesis que permiten aproximarse, en un primer intento, al fenómeno de la inmigración en Occidente, un fenómeno novedoso y que no ha existido antes nunca jamás. Sí ha existido inmigración entre y dentro de los países occidentales, migración entre países del entorno cultural, entre el campo/ciudad, etcétera.

La inmigración derivada de la esclavitud, siendo cierta y abundante en algunas zonas de universo geográfico de la primera economía-mundo capitalista, respondía a finalidades primordialmente de abaratar costes de producción. También podemos evocar las migraciones de pueblos nómadas (invasoras, en general) hacia zonas sedentarias. Lo dejamos aquí apuntado sin agotar todos los hechos del elenco histórico de los desplazamientos de las poblaciones en la historia.

Sin embargo nunca ha existido inmigración, en concepto reciente, con la intensidad de los flujos que se detecta actualmente, entre países extraños y sin una causa precisa y, además, sin compartir una mínima unidad étnica y cultural (la excepciones que puedan alegarse, justifican la regla, siendo muy discutible que la inmigración que se produjo, por ejemplo, después de la independencia de Argelia hacia Francia fuera ‘exógena y extraña’).

Sostener que la inmigración actual es causada por el calentamiento global es puro analfabetismo. Los motivos sobran: 1) habría que reconocer una mentira, por la cual el calentamiento o el cambio climático es cierto; 2) tendríamos que desconocer la historia de nuestra especie desde el paleolítico superior. Pero sobre todo tendríamos que ignorar los dispositivos reguladores internos de las poblaciones de origen y, sobre todo, desconocer que en las sociedades sedentarias las soluciones para sus excesos demográficos o al déficit de recursos no serían los fenómenos migratorios sino el acuerdo (comercio, tratados) y, cuando falla, la invasión (la guerra). Es ignorar, por último, que el crecimiento de todas las poblaciones sigue el modelo denominado ‘transición demográfica’ que supone una reducción progresiva de la curva que traza la tasa vegetativa a lo largo del tiempo hasta ser negativa.

Así pues, la inmigración no requiere un debate sobre sus consecuencias sino sobre sus causas. Y la primera de ellas, sin duda, estriba en comprender y en aceptar que existe inmigración desde el instante en que los países receptores y sus élites políticas la contemplan como una “necesidad”. Aquí no intervienen las poblaciones de los países receptores, al quedar excluidas, porque las finalidades políticas últimas consisten en exterminar el modus vivendi de las poblaciones endógenas.

Por tanto, el debate sobre la inmigración es y seguirá siendo una gran farsa mientras se realice y se proyecte sobre las consecuencias y no sobre las causas últimas que, ya lo hemos dicho, son estrictas y necesariamente políticas y que derivan del imperativo del modelo digital que actúa como proyecto para la nueva conformación de las poblaciones.

José ierra Pama (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 07/09/2024

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