Un ramillete de personalidades de lo más florido del cenagal (periodistas, juristas, catedráticos, abogados, embajadores, empresarios, exministros del bipartidismo, escritores, socialistas de pro, financieros bolsistas, analistas y consultores políticos, etc.) han ajustado cuentas con Pedro Sánchez Sanchina, mediante un aseado manifiesto.

En él hacen un llamamiento al PSOE para que ¡recupere su proyecto histórico!, que le llevó a contribuir a la elaboración y respaldo de la Constitución de 1978. Es decir, para que repongamos la obra y reforcemos el tablado antes de que se derrumbe el escenario y se venga abajo la farsa.

Pero ¿quién puede escuchar y estimar a quien a sí mismo se desdice y deshonra? A estas alturas es difícil que, a las gentes de bien, a los espíritus avisados, les conmueva esta obstinación del mundo desleal a la patria y a la verdad por variar de escenografía para seguir representando el mismo mefítico proyecto.

Estos especialistas en desperdicios, ajenos al idealismo, porque han aprendido de Nietzsche que todo idealismo es falsedad frente a lo necesario, demuestran ser malos jugadores, espero que no porque sean malas personas. Y durante el juego de la vida, que tratan de ahormar a su antojo, todos gruñen, maldicen y se maldicen, porque los diablos, ganen o no ganen, nunca pueden estar contentos.

Ahora han despertado para descubrir el Mediterráneo y escribir obviedades flatulentas desde una pocilga moral. Tal vez porque no soportan el pasado. Su pasado. Que es de lo poco que no han podido comprar. La carencia de convicciones, de identidad, la debilidad ideológica y espiritual se patentizan en la irritación desproporcionada que producen las contrariedades a los ensoberbecidos y fatuos. La suspicacia y la sospecha sustituyen al disimulo y a la resignación, ya que no a la ponderación.

La más mínima amenaza a sus privilegios, el más insignificante despecho o la más nimia crítica, incluso dentro de una aprobación palmaria, es recibida como una señal alevosa o un ataque personal. El núcleo de confianza se reduce paulatinamente a simpatías personales. No se perciben matices.

Sólo en cuanto a si estamos tratando con fatuos o con presuntuosos. Un fatuo no concibe ningún ideal. La concepción del ideal en el arte o en la ciencia nos hace darnos cuenta de lo lejos que estamos de él, y nos abruma. Esa es la razón de que un fatuo sea siempre un tonto. El fatuo -como nos advirtió Prudhomme- cree haber llegado; el presuntuoso cree que llegará; no es tonto más que a medias.

Cada vez que las personalidades de estepaís, es decir, los «Pedro García» o los «Pepe o Antonio Hernández» de turno abren la boca, se hace la claridad, porque sus miserias se desvelan. Por eso es reconfortante, para los ávidos de luz, que las máscaras hablen e inconscientemente se desnuden. Equivale a eliminar las sombras del camino.

Produce asco y vergüenza escuchar y leer las constantes mentiras o medias verdades de toda esta hipócrita tropilla de listos útiles, desinformadores, meritorios y lacayos más o menos prebendados, a rebufo de antiespañoles o potencias extranjeras, empeñados en su labor confusionista y emponzoñadora. Tanto como observar sus omisiones y olvidos. Pero, por más que se cubran el rostro y disimulen sus ocultaciones y embustes, ya conocemos desde hace mucho tiempo a los embozados, y han de saber que les entendemos, que está bien desvelada su naturaleza.

Con Cervantes, podríamos decir: «Vuestra merced mire como habla, señor barbero; que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Lo digo porque todos nos conocemos, y a mí no me ha de echar dado falso». No obstante, de lo que dicen algunos no vale la pena hablar más allá de lo imprescindible: es trabajo inútil. Porque lo suyo, además de imposturas, son coartadas. Y se les da una higa que lo que dijeron ayer se contradiga con lo que aseguran hoy, porque en realidad piensan decir otra cosa mañana.

Hay actitudes o errores que no sólo faltan a la verdad, sino que hacen daño a las almas, actitudes o errores nocivos para la sociedad y para la dignidad de la persona. Pero es cierto que no falta en ellos el afán por la sutileza. En cuyo caso el mentiroso deja pasar al cínico.

Porque el cínico prefiere confundir a mentir, pues la mentira, por ser tan clara en su lógica como la verdad, es refutable. A lo largo de su biografía, sus palabras suelen formar una selva a través de la cual es difícil abrirse un sendero, pero fácil extraviarse.

Son gente partidaria, mas siempre a condición, es decir, a expensas del viento corredor; tipos con envidiable capacidad de supervivencia. Gane quien gane, ellos seguirán ahí -franquistas, felipistas o globalistas-, con argumentos para todo, blanco o negro, trabajándose su causa con esmerada plebeyez.

Son los incondicionales del provecho propio, o sea, del mal, del daño en estado puro, pero disimulado bajo distintos oropeles y carátulas. Lo más desagradable de la vida está en manos de estos oportunistas que, aunque parcos en dignidad, abundan en motivaciones, que son para ellos como pluses vivificantes.

Prescriben recetas a los demás que para sí mismos rechazan. Venden consejos que no tienen. Son la moderación dentro del infierno social al que han contribuido obstinadamente, pero es obligado aclararles que no tiene mérito adelantar a los más diablos.

Para negar la verdad no vale la pena que sean tan elocuentes. O sí, precisamente. El caso es que estos cuervos que no pueden hacer otra cosa que graznar, quieren cantar y tratan de hacerlo. Para disimular su condición y porque en el fondo les gustaría conseguir lo que su índole no permite.

Pero vaya usted a decirles -a la mayoría de ellos, que alguno se salvará honrosamente respecto a lo antedicho- que para qué quieren cantar si sólo pueden emitir chillidos y, además, se les han caído las máscaras.

Sería ocioso. ¡Son tan poderosos y están tan pagados de sí mismos…!

Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)

 

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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