La reciente aprobación de la ley por la que muchos de los miserables y cobardes asesinos etarras van a ser puestos en libertad, es un paso más para la desmembración de España, para el enfrentamiento entre sus gentes; un atropello a la dignidad y al honor que sólo puede cometer una gentuza tan canalla como todos esos que la han aprobado en el Congreso -sociatas, delincuentes catalufos, comunistas de salón, pro asesinos etarras y toda esa caterva de indeseables que, con su voto y su aplauso, la han hecho posible-. Todo ello, no tiene otro calificativo que el de indignante y obsceno.
¿Cuántas más fechorías tendremos que aguantar, cuánto más tendremos que ceder para que el ególatra malsano, el chulo de barrio chino continúe en la Moncloa, cometiendo todos sus desmanes?
Cientos de españoles -policías, militares, guardias civiles, paisanos- que han entregado su vida por España y cuyo único delito fue el de amar a la patria y cumplir con su deber, se están revolviendo en sus tumbas ante esta nueva canallada socialista.
Lo dijimos muchas veces, los socialistas son el peor enemigo que tiene y ha tenido España a lo largo de su historia y, a cada paso, lo están poniendo más de manifiesto con esa venta miserable a la que vienen sometiendo a España con tal de seguir en la poltrona.
Hace tiempo que tomé la decisión de eliminar de entre mis amistades a todo aquel que comulgue con las ideas del gran sátrapa, incluso al que lo vote o al que aplauda sus acciones. Es gentuza con la que no quiero saber nada.
Me duele en el alma recordar a tantos buenos compañeros y amigos que cayeron víctimas del odio terrorista. Hombres y mujeres e incluso niños que, un día, perdieron sus vidas por mor de la bomba asesina o del cobarde tiro en la nuca y cuyo sacrificio no ha servido para nada, más allá de que su sagrada memoria se vea pisoteada por una colección de malnacidos que, con tal de seguir chupando de la sopa boba, ensucian su recuerdo poniendo en libertad a sus asesinos.
Me viene a la memoria, y con su recuerdo evoco a todos los demás, mi compañero de mesa en la Escuela General de Policía, José Javier Moreno Castro. Allá se fue, aquel julio de 1979, camino de Eibar, con toda la ilusión puesta en su profesión, con el deseo de abrirse camino en la vida, sirviendo a la sociedad española.
Era consciente, todos lo éramos, de los riesgos que tendría que arrostrar. Sabía que la bala cobarde y asesina le rondaría cada día; sin embargo, el deber estaba por encima de todo y, sin pensarlo, allá se fue con la certeza de que su obligación, por encima de cualquier otra, era la de servir a la sociedad sin entrar en disquisiciones ideológicas, sin pararse a pensar de qué lado estaban los ciudadanos que requiriesen de su ayuda, de su protección. Su única obligación era servir en un rincón de España a sus habitantes, sin importarle las fobias o las filias que pudiese provocar.
Y así fue, hasta que un mal día, una bala cobarde y asesina le quitó la vida por la espalda, ya que de frente aquellos malditos etarras, esos que ahora este malvado sátrapa va a liberar de la cárcel, no tenían cojones para hacerlo.
Y ahora nos encontramos que, por mantenerse a ultranza en el machito, pese a la corrupción galopante, pese a la ineptitud palmaria, estos canallas de la izquierda van a permitir que los asesinos salgan a la calle para enseñorearse de sus crímenes.
Primero fue el pacto miserable con toda la morralla que pretende acabar con España; después la despenalización de la sedición y la rebaja de la pena por malversación. Más tarde, los indultos a los que siguió la canallesca ley de amnistía. Después, la modificación de la ley de protección de la seguridad ciudadana para dejar a las fuerzas del orden al pie de los caballos, y ahora esta vileza de liberar a los asesinos de tantos y tantos buenos españoles. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar?
Debe de estar muy orgullosa esa bancada de lameculos sociatas y todos sus socios, pero no os preocupéis ya que los muertos os perseguirán, a vosotros y a vuestras miserables conciencias, hasta el fin de vuestros días, y por las noches seréis incapaces de dormir tranquilos… hasta el último suspiro en que verdaderamente os arrepentiréis de vuestras rastreras obras.
Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV España)