El hombre fue creado para la felicidad eterna pero el Creador quiere también que la disfrutemos en esta vida, — lo que únicamente se consigue viviendo dentro del orden fijado por Él–. Ahora bien, partiendo del dicho popular —“el número de los tontos es infinito”–. También es cierto que el número de quienes se olvidan de esa circunstancia indispensable –o la ignoran– es astronómico.
Por otra parte la felicidad se compone de innumerables pequeños placeres que –me imagino– continuaremos disfrutando en la vida eterna, pues la esencia es la misma, y la diferencia radica en el grado de “intensidad”. Y, lo creo así, porque su fundamento es Dios; aquí, nos acerca a Él, la Fe y, en la vida futura, se realiza con la perfecta visión y la contemplación de la Santísima Trinidad.
En esa línea, reconozco que uno de mis pequeños “placeres” es disfrutar del “autoengaño de los estúpidos”
Disfruto casi tanto como viendo jugar a Alcaraz, –o a Nadal–. Estos “geniales gobernantes”, en cinco años han conseguido éxitos comparables al descubrimiento de América, a la construcción del canal de Panamá o a los trabajos de Hércules (y, así, los hemos visto llenar el B.O.E. de leyes aberrantes, exhumar los restos mortales de Franco y José Antonio, quitarle al Caudillo las medallas de un Barça agradecido, arrancar las cinco flechas de los millares y millares de viviendas protegidas, — de precio irrisorio, recibidas por los españoles del Régimen de la Cruzada–, cambiar los nombres de las calles… etc.), donde brilla su “genial imbecilidad”.
Me imagino a Franco riéndose en el Cielo, viéndolos dar estocadas al aire, Su último alegrón lo ha debido tener estos días, al enterarse de la noticia: La ministro de Trabajo ha decidido quitarle la “medalla de su Ministerio”. ¿Se la devolverá personalmente o mandará a algún ángel?
¿Podría, algún lector, explicarme en qué piensan estas mentes de chorlito al imaginarse que sus decisiones pueden producir el más mínimo efecto sobre hechos pretéritos y, por lo tanto, inamovibles? ¿Es posible demostrar mejor el cretinismo de quienes han visto, colocadas sus posaderas en un sillón de ministro por arte de birlibirloque?
Pienso como ustedes que esa realidad invita a llorar más que a reír, pero si algo he procurado en mi vida es no caer en el “masoquismo” y atormentarme por tener que vivir rodeado de imbéciles. Desde muy pequeño decidí, imitar al que dijo: “que se jeringuen los otros”; ya tengo bastante con aguantar lo que no se puede esquivar, como para caer en una trampa tan burda.
Lo siento por la “caridad cristiana” pero, para mí, reírme de los “estúpidos por propia elección” –como, es el caso de los miembros de este nefasto Gobierno que nos ha impuesto la Sinagoga de Satanás—es un “placer de dioses”. Difícilmente lo volverán a poder disfrutar, las futuras generaciones… ¡Hemos sido unos privilegiados!
Cabritos de semejante especie no deberían amargar la existencia de ninguna persona inteligente, sobre todo si se tiene Fe y se está convencido del “axioma” que nos inculcaban profesores sabios: “Dios dirige los acontecimientos a gloria suya y bien de sus elegidos”. Pocas cosas hay más ciertas y fáciles de comprobar en la Historia y en la propia vida, como es mi caso, suficientemente larga y viajada.
Debo reconocer que no me puedo quejar. He logrado pasar la Guerra de Liberación, estar catorce meses bajo el terror rojo, vivir la génesis, el desarrollo, y el triunfo de la revolución castro-comunista, volver a España con lo puesto y, luego, trabajar treinta y un año como alto ejecutivo en empresas nacionales e internacionales—incluida la dirección y la gerencia–, ser empresario, publicar libros, poder colaborar, codo con codo con Blas Piñar, etc.
Todo ello en medio de momentos durísimos y de dolor inexplicable, como ser huérfano de padre a los seis meses, de madre a los seis años, perder al sacerdote –segundo padre/madre– a los ocho, un tio –hermano de mi madre– voluntario y “caído”, a los nueve, un hijo de 37 años, una hija de 54,… todos tus bienes, los heredados y los ganados a los noventa, etc. etc., pero siempre seguro de que “¡Dios sabe más!”… y ¡vencer a la tristeza!
Solo Dios y la confianza en Él,–no cabe la menor duda– garantizan la felicidad del hombre sobre la Tierra y más aún, tras la partida. Teniendo siempre presente que su divina Madre y nuestra, María santísima, es la dispensadora de esa gracia que deseo a todos mis lectores. (Con un consejo: No pierdan la ocasión de disfrutar de los pequeños placeres).
Gil de la Pisa Antolín (ÑTV España)