A la izquierda le ha gustado siempre eso que los cubanos llamamos el mazacoteo, de mazacote, o sea, la promiscuidad grupal. No sé, nunca he sabido la explicación, ellos consideran ese tipo de recholata como algo desinhibido que relacionan con la libertad sexual. Empiezo por aclarar que nunca he sido santa, los que han leído mis novelas lo sabrán de sobra, pero yo las mato callando, que es como mejor se goza.
El problema de la izquierda es que todo lo elaboran con alarde y alevosía, o sea para que tarde o temprano se conozca, que se sepa y se divulgue que ellos sí que pueden poseer a tutiplén apartamentos, coches lujosos, aviones, lomas de cocaína y putas al burujón, o sea, a puñados; los demás a doblar el lomo para que ellos puedan pagarse su recreación. Los otros a trabajar para que los izquierdosos tengan lo que ellos creen que se merecen: todo. Confunden el poder con el tener. La bambolla les aplasta.
Al gobierno más corrupto de la historia le han florecido mansiones, chaleteses, apartamentos de todos tamaños y precios, que incluso les regalan a sus putillas, y las putillas no son unas ni dos, constituyen ya todo un jardín de lo mal habido, vamos, que ni Baudelaire con sus Flores del Mal. Ni hablar de los aviones y los vuelos a Santo Domingo, o a cualquier lugar del planeta, qué más da, y es que cuando se ha sido contable de saunas lo que más atrae es la vulgaridad del lujo.
De modo que a mí particularmente la izquierda no me asombra en absolutamente nada, ¿esta izquierda de ahora es peor que la de hace unos años atrás? No, sólo que ésta es como más descollante y relumbrona. Les escasea el talento, inteligencia, cultura, educación, y les sobra vicio, falacia, trolería, maldad (de malditos). La izquierda es el imperio de la fullería.
Oh, esos hombres de la izquierda, ese dechado de perdición e inmoralidad, que piensan que la ideología los libera de algo tan abyecto como la falta de vigor… intelectual. Aunque, no crean que las mujeres son mejores, las féminas de la izquierda son de lo peor, pura tralla y morralla.
Ejemplos sobran, vean el de Simone de Beauvoir, mucho libro feminista pero el bizco Sartre la obligaba a aguantar sus amantes jovencísimas, y no únicamente a soportarlas, debían meterse mano mutuamente, a los diarios les remito… Lean las biografías, como las he leído yo, con la quijada de moqueta.
Los Sartres y las Simones que viajaron a Cuba al inicio del año del error a aplaudir los fusilamientos masivos, debieron partirse las manos aplaudiendo para que los comunistas no les destaparan sus escándalos personales, con los que también terminaron por lucrarse, como es sabido.
En Cuba existe un término para definir a las mujeres promiscuas, se les llama «pasteleras«. «A esa le gusta hacer pasteles», cuando se oye esa frase sobre una tipa no hace falta demasiada explicación para enterarse de qué va la cosa. A falta de luz, pasteles. La pastelería funcionando a toda mecha y sin electricidad ni harina. Cuerpos recocinándose en su recochinamiento revolucioneta.
Hubo una diva cubana que contaba cuando se emborrachaba que ella había participado en numerosos pasteles con comandantes de la revolución, que por contar acerca de sus erecciones había tenido que exiliarse, para evitar que la mandaran a fusilar.
Tras ser detenida meramente a causa de sus disquisiciones indiscretas con media Habana y ser sometida a interrogatorios disímiles, confesó que no se había restregado con nadie, que ella solamente era pastelera de a ojo, con la mirada, que ella sólo asistía y miraba por obligación, pero que nadie la tocaba ni ella tocaba a nadie, como si semejante détournement descriptiva iría a salvarla; todo lo contrario, su situación empeoró y la diva tuvo que montarse en una balsa disfrazada de miliciana para despistar y remar entre tiburones a lo largo del Estrecho de la Florida en dirección a Miami.
Ser ministra y pastelera, póngalo usted como quiera ponerlo, resulta oprobioso; si para colmo participa del pastel espolvoreado —nunca mejor dicho— de corrupción, usted no es solamente una pastelera, usted es una delincuente ordinaria, debiera dimitir ipso facto.
Pero la izquierda jamás dimite, ni se va a ninguna parte, como no sea hacia arriba, a un puesto mayor y mejor remunerado; tampoco la pueden expulsar del mando absoluto.
Sí, deben irse adaptando a la idea de que ya lo que queda es la tenebrosidad lujuriosa de Cagonia, ex Cuba, o una balsa escoltada por escualos hacia no sé dónde.
Zoé Valdés (La Gaceta)