Pedro Sánchez legislando contra la mentira es como si Al Capone luchara contra la mafia, Pablo Escobar contra el tráfico de drogas o la familia Pujol, nueva aliada de Illa, contra las comisiones ilegales.
A estas alturas, recordar todas las mentiras de la época de la pandemia, las falsas promesas electorales, las líneas rojas que nunca se iban a saltar, es un absurdo. No tiene coste alguno. Hay un número importante de ciudadanos a los que se la trae al pairo. Votarán lo mismo pase lo que pase y lo harán con las tripas y el corazón, como se sigue a un equipo de fútbol.
Es una de las decisiones más importantes y cada vez interviene menos la cabeza. Así nos va. Como sociedad, merecemos lo que nos pase. Y, dicho sea de paso, la prensa también merece la que le puede caer encima.
Es cierto que la precariedad en la que vive facilita lo sucedido. Yo, acostumbrado a cómo la amenaza del paro cierra la boca de mis compañeros de profesión, que repiten lugares comunes, temerosos de perder un contrato si salen del armario progre, representados únicamente por un grupo de millonarios a los que da vergüenza ajena escuchar cada vez que se posicionan soltando chorradas como un piano, igual que una miss torpe que responde sobre cultura general, puedo entender lo que le ocurre a buena parte del periodismo.
Pero si cierras la boca y no te levantas cuando se impide preguntar, si no te mueves cuando sólo se le da la palabra a los medios afines en las ruedas de prensa gubernamentales, si permites que unos diputados se burlen públicamente y lleguen a humillar a periodistas acreditados del congreso… tarde o temprano te verás en las mismas.
Lo último, la despreciable postura sociata respecto a Venezuela. Tuvimos que tragar mucha bilis cuando en el Congreso los podemitas se burlaban de nosotros cada vez que sacábamos el tema. Advertíamos de la catástrofe y se reían en nuestra cara. Pero se cumplieron todos los pronósticos, como en Cataluña. Venezuela es un país que visité a menudo. Pude comprobar cómo el socialismo lo destrozó en poco tiempo.
Ahora el PSOE, cada vez más podemizado, vota en contra de llamar a las cosas por su nombre. Pero Maduro es un dictador genocida, un narcosociata. Y permitimos que su trío «Los Rodríguez» actuara dentro de nuestra embajada. Sabemos que Delcy Rodríguez, la maletera, amiga de Ábalos, la que se entra y sale de suelo español de forma mágica, junto a su hermano, coaccionó al presidente electo.
El embajador los dejó entrar. ¿Para qué? Parece que el tercer Rodríguez —Zapatero— medió; sigue apoyando de forma activa a ese régimen criminal. Cómo no se le retiran los privilegios a semejante impresentable es algo que se me escapa. Entiendo que debamos pagar un generoso sueldo vitalicio a los expresidentes. Y tenemos el deber de protegerlos. Pero ellos deberían comportarse de forma ejemplar y elegir: ¿Sueldo vitalicio o negocios?
Ante la más mínima sospecha de corrupción, de apoyo a un delincuente como Maduro, el Zapatero de turno tendría que perder todos sus privilegios.
Toni Cantó (La Gaceta)