Veamos: el objetivo primordial de los explotadores es desnaturalizar al ser humano. Sólo degradando su albedrío, es decir, su dignidad, los negreros de hogaño, que son los capitalsocialistas, conseguirán alcanzar sus propósitos. Tras décadas de buscar sus metas por separado y con mutuas y frecuentes contiendas que les impedían obtener los fines pretendidos, capitalistas y socialistas han resuelto, al fin, que la reunión de las excrecencias del Mal hace a este más fuerte.

Pasada la amenaza de las dos guerras mundiales, que les hicieron percibir que su poder económico no les bastaba para evitar la extinción de sus imperios, las oligarquías liberales vencedoras, se empeñaron en aislar y controlar al comunismo, que en un primer momento no entendió -o no quiso entender- de qué iba el futuro. Y así se jugó el partido hasta que el señuelo de las sociedades del bienestar, con el ariete de la socialdemocracia golpeando infatigablemente en la atrasada estructura social soviética, acabaron de derribar el muro.

Después, todo fue muy fácil, porque las elites socialistas, tentadas por la riqueza inagotable que les ofrecían los plutócratas liberales, se entregaron al programa unificador que les conduciría al gobierno del mundo; o, al menos, en un primer paso, al gobierno de Occidente. Pero para ello se hacía inevitable dominar a las multitudes. Si la religiosidad del sujeto -el alma- le hacía digno y libre, o sea, invencible, era necesario suprimirla. Si la ingente muchedumbre de los mortales tenía en el arbitrio su más excelso dogma, ese arbitrio habría que desacreditarlo o anularlo.

Para oprimir al hombre lo eficaz era debilitarlo, pero con ello no era suficiente, porque una vez debilitado se hacía necesario inculcarle el sublime autoengaño de que interpretara su debilidad como libertad. Con dulzona sutileza y morbidez, con tiranía aterciopelada, la debilidad debería ser tramposamente transformada en virtud, y la desgana o cobardía por el desquite, en buenismo; la temerosa bajeza, en concordia; el desprecio de los amos a sus esclavos, en abnegación, y la decidida sumisión, en fe democrática y en paciencia.

Esta agenda globalista, que como se ve no es de hoy, aunque sólo en los últimos meses parece haber sido aceptada por sesudos articulistas, politicólogos y demás contertulios de la cosa, que llamaban conspiranoicos -como los propios juramentados- a quienes la denunciaban, tiene en España a un gran culpable. Un culpable, hasta ahora impune, que lleva más de un siglo tratando de destruir a la patria: El PSOE.

Puede decirse, para resumir, que el proyecto político socialista está hecho a la medida del crimen. El PSOE, desde su creación, se ha convertido en un peligro para España y para los españoles. Y ello es así tanto por la propia ambición partidista y personal de sus líderes, que no escatiman recursos y propósitos para acudir a la delincuencia, como por el envenenamiento de su militancia, siempre inclinada a las atrocidades, al odio y al guerracivilismo.

Detrás de los proyectos socialistas se oculta un patológico resentimiento, una desenfrenada codicia por los bienes ajenos y una amenazante envidia por todo lo que respire nobleza y excelencia. Y son ese rencor, esa codicia y esa envidia los que impulsan a estos demócratas y progresistas a contaminar la atmósfera social, envileciendo las instituciones y la vida social en su conjunto.

Por eso, España, convertida desgraciadamente en el taller donde los socialistas fabrican idealesprogresodiálogopaz y democracia, entre otros santificados engaños, tiene un aire viciado y pútrido, porque apesta a mentiras y a corrupciones infinitas.

En nuestra patria, hoy, estos nigromantes embaucadores llamados socialistas -o socialcomunistas-, lo mismo dicen que el rey desnudo viste un manto de oro, que la noche es el día, que el dinero público no es de nadie y por eso se lo apropian, o que con todo lo negro no han dejado de construir blancura e inocencia.

El caso es que, sin detenernos en el pasado más lejano, los vivos de hoy llevamos casi cinco décadas en las que el dinero público en España se ha utilizado con excesiva frecuencia en beneficios privados: los obtenidos por quienes han dirigido las instituciones, las grandes empresas, la banca… Por quienes han mangoneado los negocios efectuados en torno a la Administración Central, las Autonomías y los Municipios; o a través de un mercado laboral a la medida de una mayoría de patronos conectados con sus complementarios, los políticos y los sindicalistas.

Los negocios fáciles, a la sombra del poder, han estado y están a la orden del día. Ni posmodernidad ni nada. Esta es la peor España de esa picaresca que revive en cuanto se imponen los ladrones. Los rufianes, hoy, siguen instalados en la calle y, peor aún, en los altos despachos y en los parlamentos. Con el socialismo gobernando, es decir, manipulando los destinos de España, los españoles nacen y viven esclavizados bajo unas leyes promulgadas para someter a los opositores a la voluntad socialista, malévola por naturaleza.

Con el socialismo y sus cómplices los productores se hallan limitados por toda una red de legalismos económicos, fiscales e ideológicos generados por quienes no producen nada, sólo depredan, en tanto que el dinero fluye hacia la mafia de partidarios y amigos enriquecidos mediante las leyes, decretos y pactos traídos a propósito, o mediante chantajes, sobornos e influencias varias relacionadas no con el esfuerzo laboral sino con el contubernio capitalsocialista. Con el socialismo, la justicia protege al delincuente y al parásito y desampara al ciudadano trabajador y honrado. Con el socialismo, la vagancia y la corrupción son recompensadas, mientras que el dinamismo, el pundonor y la decencia se convierten en un autosacrificio.

Con el socialismo rigiendo los destinos de la patria los españoles descienden cada vez más abajo, se transforman en algo más débil, más manso, más indiferente, más mediocre, dando por bueno la peor de las fatalidades: ser despreciado por los más soeces y depravados. El socialismo impide que se aspire a ser más noble y generoso, que se luche por alcanzar algo perfecto, porque de lo que trata es de que se abandone la fe en el ser humano, que dejen de existir razones para confiar en la redención de la humanidad.

Al socialismo no le conviene que nos sintamos seguros de sí mismos, que seamos fuertes, victoriosos, libres… Quiere un hombre fracasado, envilecido, que acepte la amarga realidad de su miseria espiritual y material. Un hombre sin pensamiento, o con una mente de ínfimo rango, inferior incluso a los insectos; un hombre mendaz e impotente, supeditado a los amos y a sus mandarines, que tenga la virtud de enmudecer ante el agravio, el mérito de paralizarse ante la injusticia, y el instinto de conservación suficiente para sacralizar a la mentira, convirtiéndola en verdad y en realidad única. El socialismo quiere una multitud insensible, de sujetos descastados, atentos sólo a salmodiar los dogmas de la Doctrina y a repetir sus consignas.

El PSOE es un rincón lleno de criaturas repugnantes, totalmente incapaces de librarse de sí mismas, de sus taras y de su historia, destinadas a causar a su prójimo todo el daño que pueden, por el placer de hacer daño, tal vez su placer favorito junto con el delito. Con el PSOE, principal representante de las izquierdas resentidas, ese compendio de ignorancia, envidia, codicia y rencor que conforma la España más sórdida y sucia, tremendo lastre para el progreso presente y futuro de la patria, la sociedad está condenada. Por eso es necesario que, tanto él como sus terminales, desaparezcan.

Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)

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Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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