El cara a cara entre Sánchez y Feijóo estaba marcado en el calendario como la gran fecha de la campaña electoral.
Desde el 28M, toda la coyuntura parecía favorecer al entusiasmo de los populares, pero las últimas semanas dieron aire a la esperanza socialista. El debate entre ambos dirigentes era la oportunidad principal para intentar revertir la tendencia demoscópica y el presidente del Gobierno tenía una ocasión para intentar remontar en las encuestas.
Tenía fundados motivos pues en los sucesivos cara a cara que habían tenido lugar en el Congreso, aunque con condiciones muy desiguales, Sánchez se había impuesto sobre un Feijóo que no acabó de encontrar su sitio. Nada de esto ocurrió y si el cara a cara deja una lección clara es que el presidente del Gobierno no ha rentabilizado en nada esta oportunidad. De hecho, Núñez Feijóo salió reforzado.
Pedro Sánchez comenzó el debate nervioso, interrumpiendo a su interlocutor e intentando colocar demasiado rápido un mensaje de descrédito. Ese nervio contrastaba con su posición de presidente en el cargo ya que podría corresponderse más con el tono del aspirante.
Frente a la continua gesticulación forzada, Feijóo mostró un talante mucho más sereno, incluso solemne en ocasiones, para intentar aguantar un ataque a la desesperada por parte del presidente. Más allá del contenido de cada una de las intervenciones, la primera evidencia la marcaron el tono, el lenguaje no verbal y los recursos empleados por los candidatos a la presidencia del Gobierno.
Feijóo no necesitó brillar especialmente, pero los errores de su oponente sirvieron para realzar su tono quedo y sereno. Sánchez recurrió a Vox como argumento omnicomprensivo y abusó de este recurso retórico hasta desactivarlo. El descontrol del debate se hizo evidente cuando en el ciclo dedicado a educación y sanidad Pedro Sánchez tuvo que recurrir a los atentados yihadistas del 11M.
No fue la única vez en la que el presidente del Gobierno funcionó como un líder de la oposición de gobiernos pasados: también hubo tiempo para la guerra de Irak. Esa inversión de roles en la que el aspirante concurre tranquilo a la conversación y quien defiende el cargo ataca a la desesperada fue, tal vez, una de las claves del debate.