La adicción de Pedro Sánchez al riesgo y a los golpes de efecto ha vuelto a ponerse de manifiesto. El presidente del Gobierno amenazó ayer en la red social X con dimitir, escudándose en una supuesta persecución que estaría sufriendo su esposa, Begoña Gómez, tras abrirse una investigación judicial por un posible delito de tráfico de influencias.
En su mensaje, en el que alterna el tono victimista con el confrontativo, el presidente del Gobierno anuncia que se tomará unos días para decidir si sigue o no en el cargo. Esta dramaturgia, perfectamente pautada, responde a un patrón populista evidente, ya que durante los próximos días todo el país estará pendiente de la resolución que finalmente adopte Pedro Sánchez.
El movimiento no sólo es insólito en sus formas, sino que representa un verdadero desafío para los intereses del país. La agenda de un presidente del Gobierno no puede estar sometida a ninguna incertidumbre pública, y la creación de un suspense que Sánchez cree que le beneficiará puede acabar teniendo unas consecuencias nefastas para la nación. No es la primera vez que antepone su interés personal al de España.
Tanto los inversores extranjeros como la comunidad internacional están siendo testigos de un uso irresponsable de la comunicación política, en la que Pedro Sánchez vuelve a superarse a sí mismo en un gesto que recuerda, aunque lo supera por mucho, a las estrategias que en su día empleara Pablo Iglesias.
El líder socialista ha aprovechado la comprometida circunstancia de su mujer para volver a doblar la apuesta con una nueva huida hacia adelante, replicando una temeridad estratégica que le resulta familiar. Recordemos que fue arriesgando más allá de lo razonable como alcanzó la Secretaría General del PSOE o, en dos ocasiones, la Presidencia del Gobierno.
Los próximos días se multiplicarán las hipótesis sobre los motivos ocultos que inspiran una conducta tan agresiva y arriesgada. Es obvio que Sánchez está intentando generar una adhesión casi plebiscitaria sobre su persona, movilizando afectos y exacerbando la fractura social entre españoles.
El conmigo o contra mí es una lógica que le ha resultado rentable hasta el momento, pero este escenario es excesivo incluso para Sánchez. El presidente quiere manejar los tiempos y las expectativas de un país y de su partido. Sea fruto de un golpe de intuición o de una estrategia milimétricamente elaborada, la actitud del presidente pone de manifiesto su contumaz personalismo.
Sánchez puede tomar la decisión que considere, y sea la que sea en nada legitimará su dudosa trayectoria. Si verdaderamente fuera leal a su país habría podido anunciar la decisión definitiva con la formalidad y el rigor debidos. Pero entonces Sánchez no sería Sánchez.
Como tantos dirigentes de dudosas credenciales democráticas, ha preferido agitar el tablero político desde las redes.
ABC