En España hay mucha gente que está convencida de que el inglés se inventó para que los que no saben hablarlo pudiesen decir gilipolleces en otro idioma.
¡Qué tiempos aquellos en los que los actores españoles del tardo franquismo ligaban con cuatro palabras y diez gestos cuando se cruzaban con una guiri rubia y desproporcionada! Hoy cualquiera intenta hablar en el idioma de los piratas, aunque sea para hacer el ridículo incluso en política. Nos salva que el Presidente Sánchez habla bien ese idioma (me abstengo de opinar sobre el resto de sus virtudes).
Hoy solo hablo de la utilidad del idioma y del orgullo que exhiben los anglosajones que no se rebajan a decir una puta palabra en español, francés, italiano, alemán y mucho menos en sueco porque se creen que todos ellos son Lord Byron pero no tenemos nada que envidiarles en ese terreno aunque en otros hay que reconocerles que hasta un gañán como Boris Johnson tiene más estilo que cualquiera de los socios preferentes de nuestro país que hieden a sudor seco.
No voy a decir que me duele España como dijo Unamuno y le ha copiado Tamames, porque solo los poetas viven apoyados en una metáfora, solo afirmo que me gustaría que viviésemos un día sin odio y no convoco a esa posición ética a nadie en concreto porque esa pasión mezquina, es el oxígeno de la gente que lo esparce a tutiplén (para LOGSE diré que significa en abundancia).
Si Naciones Unidas quisieran recuperar una pizca de su prestigio perdido, podría definir estos momentos, que yo llamo prehistóricos, como un tiempo del pasado que se ha colado en nuestro presente, donde los bárbaros de entonces se sentirían a gusto aunque, con toda seguridad, despreciarían a los cobardes gañanes de hoy.
Añoro a los hippies que se pasaban el día colocados con una peta de marihuana en los labios, poca ropa, escasa higiene corporal, guitarra en mano y hembra hermosa, a la secta ideológica de hoy que tampoco se ducha ni siquiera las ideas, pero tienen un oficio que les renta.
Un abrazo a quien corresponda.
Diego Armario