Una democracia sin valores se convierte en un totalitarismo. No se puede organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona. Donde el interés individual es suprimido violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y actividad.
La democracia debería ofrecer a los ciudadanos no sólo el conocimiento de los abusos de poder sino también los medios para evitarlos. Y no sólo no ofrece dicha prerrogativa, sino que la corrupción alcanza a la esencia misma de la democracia, es decir, a los mecanismos encargados de regenerarla.
En general, la sociedad española se halla moralmente impedida y, a corto y medio plazo, no se perciben atisbos de desbloqueo. Social, política e intelectualmente, la patria está dividida en dos, y ningún ciudadano de los que integran ambas mitades tiene intención de traspasar la línea divisoria.
El problema para España es que ninguno de los fragmentos está dispuesto al patriotismo, ya sea por rencor, por estulticia o por indiferencia. Puede decirse, pues, que España se halla abandonada por los mismos españoles, que hasta ahora han aceptado sin cuestionamientos las directrices pergeñadas por los plutócratas globalistas y sus esbirros.
El sentido de la omnipotencia y la voluntad de aniquilación que acompañan a toda la expansión del NOM viene funcionado al servicio de una pretendida superioridad intelectual y de un evidente objetivo material: éstas son las raíces de la violencia del NOM, pero también será la fuente de sus más trágicos errores.
El NOM es una fuerza nutrida por la presunción de detentar la hegemonía de los valores absolutos y de estar legitimado para afirmarlos en todas partes y con cualquier medio, mediante la potencia de los cañones, de la fisicoquímica y de la propaganda, y también a costa de aparentar, con la idea del derecho, la propia razón de ser. Un derecho codificado a imagen y semejanza de sus atrocidades.
Mas ese monstruo creado para destruir a la ciudadanía, aún no ha sido descubierto por ésta. Al contrario, la gran mayoría del paisanaje lo ve como un patrocinador generoso, un padrino magnánimo. O peor, incluso: como un invento germinado en la calenturienta mente de un grupo irredimible de conspiranoicos.
De ahí que, ante las próximas elecciones, el ciudadano prudente mire alrededor y no pueda sino echar de menos el interés del común por la batalla dialéctica, la batalla de conceptos, de principios, de valores. En vez de eso lo que halla es un cúmulo de paniaguados, servidores y gañanes, una estructura social lacayuna que ha crecido envenenada por la voluptuosidad del goce y por el antifranquismo sociológico inoculados por los viejos enemigos de España, mediante su agitprop.
Ante las elecciones julianas, pues, todo seguirá igual. Cada votante reelegirá a los suyos, de manera que la inveterada ralea de todo tipo y condición, más los católicos y de derechas, todos sectarios, resentidos, hipócritas o ignorantes, podrán depositar sus inmodificables papeletas y seguir viviendo de acuerdo con su personal concepto de civismo y dignidad.
Porque el caso es que el listón de la dignidad se lo coloca cada uno donde quiere y es fácil, incluso, encontrar excusas para bajarlo hasta niveles abyectos. Pues la moral, la responsabilidad, el civismo, el sentido común o como quieran ustedes llamarlo, o es algo que llevamos dentro o no es nada.
Jesús Aguilar Montero (ÑTV España)