Con una gran carga de bochorno público, en parte previsible, guionizado desde días atrás, el episodio que tuvo lugar en la Puerta del Sol, con ocasión de la festividad del Dos de Mayo, solo se puede entender a partir del duelo político y personal que desde hace años enfrenta al jefe del Ejecutivo e Isabel Díaz Ayuso. En ninguna otra autonomía resulta imaginable un altercado como el protagonizado por los servicios de protocolo de la Comunidad de Madrid y el jefe de gabinete del ministro de Presidencia, que insistió en acudir a los actos de la Real Casa de Correos sin haber sido invitado por las autoridades regionales y con la advertencia expresa y reiterada de que no era bienvenido.
La ministra de Política Territorial, convidada de forma oficial al festejo, delegó su representación en Félix Bolaños sin tener potestad para hacerlo, lo que desde la pasada semana caldeó los ánimos en la sede del Gobierno madrileño.
El pasado 23 de abril, Moncloa no envió a ningún ministro a la fiesta regional de Castilla y León, a la que ni siquiera acudió el delegado del Gobierno. En cambio, su obsesión por estar presente en las celebraciones de Madrid, y a través de un ministro como Bolaños, muy combativo contra Díaz Ayuso, solo puede entenderse como una provocación, planificada y perfectamente coordinada por el gabinete de Sánchez en busca del roce y el conflicto institucional con una presidenta autonómica que, con la ley en la mano, nunca ha cedido ante el Gobierno central y cuyas actuaciones refuerzan el discurso maniqueo que la sitúa ante la izquierda como la mejor representante de una derecha autoritaria, en la que la moderación de Alberto Núñez Feijóo no tiene espacio.
Félix Bolaños no puede presentarse como víctima de la arbitrariedad, las manías personales y las formas de Isabel Díaz Ayuso. Pese al cruce de acusaciones y advertencias de días atrás, al ministro de Presidencia se le reservó un lugar destacado en la celebración de la Real Casa de Correos, a cuyo término fue informado de que no tenía sitio en la tribuna de la Puerta del Sol, donde el Gobierno estaba ya representado por Margarita Robles.
Rodeado de medios de comunicación, Bolaños buscó el enfrentamiento directo al tratar de subir a la tribuna presidencial, empeño que en cualquier otra autonomía le hubiera sido tolerado para evitar un pulso institucional, una situación que en Madrid se repite desde los decretos de la pandemia entre el Gobierno y el Ejecutivo regional.
Es la sociedad madrileña, y la del resto de España, la que sale perdiendo con este acelerado proceso de desencuentro, ya en fase crítica. No hay límites para un deterioro institucional que proyecta la peor imagen de la política a una sociedad necesitada de sosiego y diálogo y que, sin embargo, no encuentra en sus representantes públicos el liderazgo necesario para canalizarlos.
El equipo de Isabel Díaz Ayuso podría haber permitido que Bolaños accediera a la tribuna presidencial de la Puerta del Sol, evitando así el esperpento. Hubiera sido lo más deseable. En cualquier comunidad autónoma, sus respectivos ejecutivos establecen con el Gobierno central una relación de normalidad y de lealtad institucional.
No es este el caso de Madrid, desafortunadamente para sus ciudadanos, que ayer asistieron a un sainete en vez de a un acto en memoria de los héroes del Dos de Mayo y de homenaje a los galardonados con las medallas de la comunidad.
La estampa del forcejeo verbal de Bolaños con el servicio de protocolo de Sol no es la mejor tarjeta de visita de Madrid, pero aún menos de un Gobierno abonado a la misma confrontación que dice combatir.
ABC