Una de las ventajas de los procesos electorales es que, tras el recuento de los votos, los periodistas dedicados a analizar los resultados nos los explican. Nos los explican, naturalmente, con la misma lógica sesgada que impregnaba su discurso antes de las elecciones, pero, teniendo que improvisar sobre la marcha “razones” que acomoden dichos resultados a la conveniencia de sus amos, las contradicciones afloran y la impostura brilla. Debido a lo apremiante de las circunstancias, el sectarismo, prejuicios y debilidad argumental de la casta periodística quedan expuestos de una forma aún más nítida y sus incoherencias se manifiestan con toda crudeza.

Téngase en cuenta que ajustar la realidad a los resultados electorales de acuerdo a una ideología implica defender a capa y espada al Partido, disimular sus flaquezas y errores, y fingir la autocrítica desviándola a cuestiones formales. Que si ha fallado la comunicación, que si tal o cual circunstancia de última hora ha resultado especialmente inoportuna… Factores, claro está, menores o secundarios, pero, al parecer, decisivos. ¡Pobres votantes a merced de los elementos!; ¡siempre susceptibles de ser desorientados por nimios contratiempos!

En el análisis post-electoral y retratando de forma más que elocuente a la secta periodística, Juanma Lamet del periódico El Mundo quería hacer pasar el “cordón sanitario” de los medios de comunicación al candidato Alvise Pérez como un error de falta de celo en su censura. Lamentando, por un lado, que el obstinado silenciamiento mediático de este incómodo periodista no hubiese logrado acallar su voz y, por otro, pretendiendo convencernos de que la destrucción de una persona que se presenta a las elecciones es, en realidad, una obligación cívica en defensa de la democracia: “respecto al oficio nuestro del periodismo, el haber dejado que Alvise siguiera por debajo del radar, creo que ha sido menos eficaz que haberlo combatido, que es lo que a mí me habría gustado”1.

Como si El Mundo y demás lacayos al servicio de esta partidocracia corrupta tuviesen algún tipo de autoridad moral: “Los periodistas hemos perdido el monopolio de la interlocución con el lector, con los espectadores […] hemos perdido el monopolio de la verificación, de la contrastación y de la credibilidad, y yo creo que ante un candidato pro-putinista, y por tanto anti-europeísta, ante un candidato anti-vacunas, ante un candidato xenófobo anti-inmigración podríamos haber hecho mucha más pedagogía (sic). Esa crítica nos la tenemos que hacer los periodistas”.

Una reflexión que revela un profundo desprecio por los ciudadanos, considerándolos menores de edad necesitados de orientación para que no se descarríen. ¿Qué es eso de buscar la información fuera de unos cauces constatadamente contaminados? Nada, nada, que para eso están las fórmulas tramposas habituales de quienes se hacen pasar por “reputados guardianes de la Democracia”. ¿Pero qué respeto pueden merecer quienes apelan a la salvaguarda de los principios democráticos recurriendo a la intimidación y a la estigmatización de personas e ideas? Siempre prestos a etiquetar a los disidentes como herejes bajo la etiqueta de “antieuropeístas, negacionistas, xenófobos, homófobos, ultraderechistas, fascistas, nazis, franquistas”, etcétera.

Hasta donde hemos podido oírle, el tal Alvise no se opone a la inmigración sino a la inmigración ilegal; decir que las vacunas anticovid no son vacunas no es “ser” anti-vacunas; y lo de que Rusia no es Europa es una falacia evidente. Y, en cualquier caso, ¿no nos han contado una y mil veces que se puede defender cualquier idea siempre que se haga por cauces democráticos? ¿Cuántas veces hemos oído en boca de “demócratas de toda la vida” que es lícito que haya partidos cuyo fin es la destrucción de la unidad nacional? ¿Acaso no es bastante más grave legitimar a quienes no se arrepienten del asesinato de cientos de personas para alcanzar el poder y gobernar con ellos de la mano?

Y es que las palabras de Lamet ilustran con nitidez la vocación inquisidora del personaje y su confusión respecto al papel informador del periodista. ¿Qué es eso de pretender monopolizar el relato que llega a la ciudadanía? ¿Dejando de lado la realidad y la verdad si es menester?

Si será evidente la farsa de esta “democracia” corrompida hasta el tuétano y si serán ridículos sus lacayos, que ninguno de éstos (Ferreras, Losantos, Alsina, Barceló, Inda, Fortes, Pastor, Franganillo, Vallés, Wyoming, Iglesias, Escolar…) quiere invitar al tal Alvise Pérez a un plató o a una tertulia para debatir con él2. Ni ningún director de periódico –Manso (El Mundo), Pepa Bueno (El País), Julián Quirós (ABC), Bieito Rubido (El Debate), Virginia Pérez (Público) o Pedro J. Ramírez (El Español)– le han concedido una entrevista. La censura es total a pesar de que, obviamente, todos esos medios de desinformación y propaganda deberían preocuparse por revitalizar sus muy decaídas audiencias. ¡Y todavía habrá quien se pregunte por qué los periodistas carecen de crédito alguno entre buena parte de la ciudadanía!

En definitiva, no es necesario haber votado a Alvise Pérez para observar que su irrupción en el panorama político ha dejado al aire, todavía más, las vergüenzas de toda la profesión dizque periodística. En primer lugar, porque debería ser obligación del periodismo informar sobre lo que sucede. Al fin y al cabo, Alvise es un político electo por un número significativo de ciudadanos (800.000) y su misma elección, pese al bloqueo institucional y mediático sufrido o, precisamente, por dicho bloqueo, es noticiable. Pero, por otro lado, tampoco es razonable despachar a sus votantes como una horda de “analfabetos”3 y no querer oír sus argumentos.

Quien escribe estas líneas no es fan de Alvise ni le ha votado –su programa está por definir–, pero para entender las cosas hay que estar dispuesto a analizarlas fríamente y no dejarse llevar por simpatías o fobias. Si se quisiera entender el fenómeno Alvise, lo más lógico sería escucharle y dejarle argumentar con libertad en un debate abierto y franco. Pero, ¿por qué tanto miedo a dejar hablar a este sujeto? Yo creo que si fuera un “charlatán” y ese “peligro” evidente que tantos pregonan, él mismo no tardaría en delatarse y, como se dice coloquialmente, se ahorcaría con su propia soga… El problema –si puede llamarse así– es que, como adelantó el propio Alvise en la rueda de prensa tras el 9 de junio, las furcias mediáticas al servicio del Poder no sólo tienen orden de no dar voz a este candidato –como de no dársela a VOX–, sino que se han lanzado como hienas a demonizarle.

Por cierto y por último, otra fórmula muy repetida por numerosos analistas para no explicar nada ha sido refugiarse en lo “preocupante” del auge de la “extrema derecha”. En este sentido, hay que reconocer que resulta enternecedor ver a Cristina López-Schlichting en Trece Tv coincidir con el rufián de Carmelo Encinas –y, por cierto, con Berna González Harbour4– y mostrar ceñuda ante la cámara su consternación por los resultados electorales. ¡Qué clásico eso de que la derecha beatona se preocupe! ¡Uy, uy, uy! ¡cómo me preocupo! Y ya. Todo el día asustados, pero a la hora de hacer algo, no digamos combatir los peligros y amenazas… tararí que te vi5. La derecha castrada y domesticada es así: indecisa, timorata, cobarde, asustadiza, ñoña, impostora e inoperante. Normal que muchos jóvenes estén hartos de políticos y periodistas estafadores y surjan tipos como Alvise Pérez.

Filípides (ÑTV España)

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Política,

Última Actualización: 18/06/2024

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