La plataforma electoral liderada por Yolanda Díaz finalmente concurrirá a las próximas elecciones integrando a Podemos.
Tras varios días de tensas negociaciones y acusaciones cruzadas, y al borde de agotar los plazos administrativos, la debilidad de los morados ha sido determinante para saldar una fusión en la que la herencia de Pablo Iglesias queda definitivamente amortizada con el sacrificio de Irene Montero o Pablo Echenique. Sí sobrevive en esta integración asimétrica Ione Belarra, a la espera de concretar qué lugar ocupará en las listas de Sumar al Congreso de los Diputados.
La integración de Podemos en Sumar ha respondido a un ejercicio de aritmética y marca electoral, puesto que gran parte del capital político de la formación de Yolanda Díaz provenía del partido liderado por Iglesias.
De alguna manera, Podemos ya era un elemento determinante en Sumar a falta de que pudiera concretarse la integración nominal. Pefiles como los de Íñigo Errejón o Pablo Bustinduy, y los fundamentos conceptuales y políticos de la coalición, así como los referentes latinoamericanos de inspiración populista, provienen de Podemos y todavía sobreviven en la nueva marca.
Sin embargo, la actualización del mensaje y las maneras amables que Díaz quiere imprimirle a su comunicación política difícilmente podrían convivir con un mensaje tan agresivo y maximalista como el que habitualmente maneja el círculo más próximo a Pablo Iglesias.
Yolanda Díaz prescinde de Irene Montero por estrategia electoral y para intentar marcar distancia con un perfil político irreversiblemente agotado. Sin embargo, la coherencia de Sumar con algunas de las aristas más negativas de la ministra Montero son incuestionables.
Cabe recordar que Díaz votó en contra de modificar la ley del ‘sólo sí es sí’. Además, en numerosas ocasiones y de forma desacomplejadamente pública, Yolanda Díaz ha considerado oportuno brindar su apoyo y adhesión a tiranos como Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
Después de todo, es muy posible que Sumar no sea más que una evolución más disimulada y sofisticada de lo que en su día fue Podemos ya que gran parte de su agenda, su misión y muchos de sus actores son perfectamente equiparables, cuando no exactamente los mismos.
Aunque el contexto de profunda crisis en la extrema izquierda por la pugna entre Sumar y Podemos, y los vetos a dirigentes de este partido en las listas de Yolanda Díaz, condicionen mucho la actualidad, no puede restarse importancia a la condena que ayer sufrió Irene Montero a manos del Tribunal Supremo.
La dirigente de Podemos ha sido condenada a pagar 18.000 euros a un hombre al que acusó públicamente de ser un maltratador sin el menor fundamento para ello. Lo estigmatizó y criminalizó a plena luz del día vulnerando su derecho al honor y a la propia imagen.
En cualquier país con un respeto mínimo por sus propias instituciones y por la ética pública en el poder, un ministro condenado de esa forma dimitiría o sería destituido de inmediato. En España no es así. Aunque Montero aparentemente se asome al final de su carrera política, hoy sigue siendo ministra.
Es un error relativizar la gravedad de sus actos, que son por cierto idénticos a los protagonizados por Ione Belarra cuando vistió una camiseta con la cara del hermano de Díaz Ayuso tildándole de corrupto. Normalizar estas conductas empobrece la democracia.
Hace tiempo que ambas debieron estar fuera del Gobierno.
ABC