Ayer los ciudadanos de Valencia, y con ellos gran parte de la España decente, volvió a sentir un dolor irreparable por los fallecidos en la catástrofe que se llevó por delante a bastante más gente de la que hasta ahora se ha contabilizado porque aún se desconoce cuántos se perdieron en el mar y por eso aún hoy hay muertos que se cuentan a voleo o a beneficio de inventario.
Tampoco sabemos las horas de insomnio que siguen sufriendo los que perdieron en la riada a un abuelo, una madre o un hijo, pero necesitan el consuelo casi imposible de que sus nombres no se pierdan en la memoria de unos pueblos anegados por la ira de la naturaleza contra la estupidez de los hombres que quieren modificar el curso de los caudales.
No imagino nada más cruel y doloroso que la muerte de un familiar por causas no naturales, porque saber que esa persona a la que tanto querías falleció ahogada, arrastrada por los torrentes de agua y lodo, presa del miedo y la desesperación, es una herida que jamás sanará en la mente y el corazón de los que sobrevivieron. Cuando es otro el que lo sufre, es difícil ponerse en su piel e imaginar ese dolor, y más aún si el que sobrevive no puede apartar de su pensamiento que en algunos casos pudieron evitarse algunas muertes.
Ayer era un día en el que no sobraba ningún gesto de cariño, de solidaridad y de respeto en el funeral que se hizo por las víctimas de la dana, y en el acto en su memoria, además de los familiares, estuvieron los Reyes que compartieron afecto y comprensión con quienes lloraban a sus muertos.
También estuvo la vicepresidenta María Jesús Montero y dos ministros del gobierno, algunos políticos nacionales y representantes de instituciones, pero nadie echó de menos al ausente Pedro Sánchez, que la última vez que estuvo allí salió acobardado, por piernas y protegido por sus escoltas de un intento de agresión con una caña.
La política exige sentido de Estado, compromiso, responsabilidad, solidaridad, honorabilidad, algo de valentía y conciencia de cuándo se hace el ridículo, pero el Presidente del gobierno de España carece de todas estas cualidades y ayer huyó una vez más por miedo a un pueblo pacífico y cabreado.
Sánchez y su equipo de felaciones periodísticas no tardará en añadir una nueva mentira a su colección de indignidades en la lonja en la que los cobardes subastan sus miserias.
Diego Armario