El juego democrático es así de paradójico y contradictorio, amén de impropio y discordante con los resultados electorales. Pierde quien gana y gana quien pierde. Así se puede resumir la algarabía política española actual.
No hay ningún galimatías, aunque sí un guirigay de toma pan y moja. Las suerte de cada cual está echada, por mucha jerigonza y embrollo que podamos contemplar. La maldita aritmética parlamentaria, pese al melodrama representado por los chicos de Junts per Catalunya, más conocidos por Junts o JxCat, acabará dando la batuta a nuestro narcisista presidente.
El chantaje, la coacción y la extorsión a la que están sometiendo a los socialistas es inadmisible, mientras el constreñimiento –asumido voluntariamente y con naturalidad-, es más que notable, injusto, cuasi ilegal, excesivo e improcedente.
A los socialistas les da igual Juana que su hermana, cuando se trata de apoltronarse y asumir el poder a cualquier precio. Su desvergüenza no tiene límites y su falta de miramientos es incalificable. España está en venta, pero no para hacerla una, más grande y más libre, todo lo contrario, una nación desmembrada, empequeñecida y sometida a la dictadura del pensamiento único.
Así pues, sin ninguna duda al respecto, inauguramos una XV Legislatura con negros presagios y nubarrones en el horizonte. Lo peor, si cabe, es que el ansiado cambio parece que no llegará tan temprano como muchos deseaban. Yo entre ellos.
Alberto Núñez Feijóo gana, pero no convence. No se le puede regatear elogios a su hoja de servicios, tampoco recriminar los dividendos cosechados y los resultados obtenidos. Tampoco negarle el mérito de unir voluntades populares alrededor de su figura.
Pero no es un líder al uso, es un buen gestor y un hombre capaz y sobradamente preparado para asumir altísimas responsabilidades, pero carece de punch –léase pegada- a la hora de cautivar al electorado que podría darle su confianza, su apoyo y sus votos.
El orensano puede ser el presente del Partido Popular, incluso puede seguir presidiendo su formación durante unos años, pero en absoluto representa el futuro de los azulones. El cauce de la organización circulará por otros campos y otras veredas más anchas, menos angostas, con mejores caudales de electores.
El gallego nunca me convenció, ni por su taimada forma de llegar a la primera línea política, ni por su ambigüedad, el doble sentido de su discurso, la confusión y la falta de claridad en su planteamiento estratégico. Su victoria, su incremento de votos y de porcentajes –absolutamente meritorios-, ocultan una grandísima decepción por su incapacidad real de formar gobierno.
Las expectativas y las esperanzas de una victoria pronto de desvanecieron por la falta de apoyos en el hemiciclo parlamentario español surgido al amparo de las urnas. No tiene interlocutores con los que establecer acuerdos, alianzas o pactos que le permitan confirmar su triunfo electoral. Gana, pero no convence, luego pierde.
Su campaña fue de más a menos, su empecinamiento por el voto “útil” –absolutamente inútil-, mutiló a Vox, impidiendo que pudiera cosechar algunos escaños más en provincias donde nada se jugaba. Un gravísimo error de cálculo y una pésima estrategia política que han pagado muy caro. Aún así, el crecimiento ha sido de 47 escaños, que no está nada mal, pero muy lejos de los 150 que esperaban obtener en la calle Génova.
El incremento de escaños, de votos y porcentajes le van a permitir seguir siendo aspirante a la Moncloa y, de una forma prudente, capitanear a los populares al menos durante cuatro años. ¿Quién puede ser la apuesta ganadora dentro de ocho años?
Creo que todo sabemos la contestación: Isabel Díaz Ayuso, de 44 primaveras y presidenta de la Comunidad de Madrid desde 2019. En el peor de los casos, tendría 52 años entonces, nueve años menos que los que ahora tiene Núñez Feijóo, que cuenta con 61 otoños.
Es cuestión de tiempo, de saber esperar y de tener la fortaleza suficiente para aguantar el acoso y derribo de propios y extraños. Ella sí podría arrebatar votos por su derecha y por su izquierda. Es una apuesta ganadora y con fundadas expectativas.
La otra opción llega de Andalucía. La representa el actual presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla –barcelonés de nacimiento-, de 53 años de edad. Su crecimiento político e institucional, dentro y fuera del partido, le postulan como uno de los delfines del ex presidente de la Xunta de Galicia. A mi modo de ver, su tono moderado, templado y excesivamente arreglado, por modosito y excesivamente reglado, le alejan de las simpatías de los votantes situados a su derecha.
Pero estamos en el presente, activándose la peor versión de la interpretación del juego democrático. Ganan los perdedores, se imponen las minorías, los ganadores pierden, y España se encuentra en un serio trance de extinción como hoy la entendemos, en una comprometida situación para su propia subsistencia como nación. Se barruntan y entreven capítulos ignominiosos y abyectos para el relato de la Historia de España reciente.
Alberto Núñez Feijóo debe encontrar cauces de cordial comunicación con Vox, de acercamiento sin vergüenza ni disimulo. Hacerlo es inteligente y de ello obtiene un rendimiento institucional, también un freno al expansionismo de la izquierda ultramontana arropada por las diferentes marcas independentistas que, de forma altanera y chulesca, valentona y perdonavidas, desafían a España jactándose soberbias en sus peticiones, exigencias, demandas y reclamaciones, siempre mediante la imposición, la coacción, la coerción y la amenaza.
En resumidas cuentas, las elecciones las perdió Feijóo, pese a ganarlas en las urnas y, paradójicamente, en contra de la verdad, las ganó Sánchez, pese a haberlas perdido. Pero esto ya lo sabían los dos antes de conocer los resultados finales escrutados.
José María Nieto Vigil (ÑTV España)