Cuando la política se entiende como la administración de lo público en beneficio de lo privado, y los electores lo aceptan, no sólo se está instituyendo socialmente la delincuencia, sino que en la convivencia se está proclamando la ignominia como valor esencial.
Si los políticos se creen propietarios de la administración pública y de la ley que la guía, y el pueblo, como digo, se aviene a ello, no sólo los políticos son indeseables, también, con más motivo, lo es la multitud que los encumbra y consiente, de la que aquellos son su reflejo. Y es razonable pensar que algunos ciudadanos no soporten vivir entre tal oprobio y tal muchedumbre y acaben eligiendo ser ellos los protagonistas de su propio final.
De esta forma, ya todo acabado, enterrado el suicida -víctima y censor al mismo tiempo-, conviene pensar que la muerte de los buenos es una excelente ocasión para repudiar los vicios de los vivos. Que el hombre civilizado inició su progreso hacia la disociación de la personalidad con el jactancioso sentimiento de anteponer la razón a la religiosidad, matando ésta, y está llegando a su apoteosis con la consolidación patológica de las posmodernas agendas globalistas.
Así, lo que se contempla es un mundo de matanzas, un pulular de seres humanos angustiados y aturdidos, un mundo complejo atrapado bajo la bota de los exterminadores, que convive con la sangre violenta, los desmanes financieros, las perturbaciones sociales y las leyes diabólicas.
Un mundo de conflictos: la lucha lóbrega de los nuevos demiurgos contra la humanidad, esas guerras que provoca su codicia y que no cesan de reclamar estúpidos holocaustos; la previsible catástrofe producida por las masas inmigrantes, la ambición liberticida de los tarados, la inseguridad general alentada desde los Gobiernos delincuentes, los hogares a merced de las palanquetas, las trágicas psicopatías de la perversexualidad, la lucha sorda de los gobernantes contra la soberanía ciudadana, el descrédito de los políticos y de los electores, los virus genocidas, los descubrimientos científicos para uso de psicópatas, los imperios ensangrentados y siniestros de la droga, del tráfico de armas, de la publicidad y de unos medios informativos irresponsables y grotescos que, encaminados a un fin espurio, a una idea de felicidad antinatural, ocultan abusos, fraudes, incompetencias y fuego amigo.
Dice la paleontología que los dinosaurios existieron durante ciento cuarenta millones de años. Falta mucho a la especie humana para llegar a eso. Y tal como el poder científico y la perversión del alma va destruyendo la naturaleza, las conciencias y los cuerpos, quizá no lleguemos.
Toda psicosis está latente hasta que algo la dispara, y hoy hay muchos dedos apretando el gatillo. Hoy, en una atmósfera sociopolítica irrespirable, con escándalos cotidianos de perversiones y corrupciones económicas, educativas, judiciales, sociales y sexuales, domina lo inmediato, lo pensado o hecho a corto plazo.
Hoy día, la mentira de la política y de las doctrinas sectarias son dos figones en la niebla a los que acuden, abducidos o inocentes, los ciudadanos a comer gato por liebre y donde empesebran quienes, bajo la vestimenta de intelectuales, de lobistas fraternos o de oenegetas, viven corrompidos física y moralmente.
En España llevamos más de cuatro décadas viviendo la época dorada de la corrupción, hasta el punto de que si usted, amable lector, no roba, trinca o pacta en este nuevo patio de Monipodio es un idiota. Y si hablamos de política es usted un irresponsable que está poniendo en peligro a la corporación.
Ítem más: si cree en algo noble, en un código de valores, por ejemplo, entonces peor, aparte de facha es usted un alma de cántaro que se morirá de viejo -si los virus de las agendas y los arbitrios de sus pergeñadores se lo permiten- en busca de un poco de verdad, y pare usted de contar, querido iluso.
Hoy se da una conducta y una forma de pensar superficial. Interesa lo epidérmico, lo que no implica compromiso, fomentado por un determinado tipo de cultura. Y, en especial, se roba a puñados y a plena luz del día, pues los atracadores salen a saltear diariamente, incluso en mitad de los plenos parlamentarios y de los informativos.
Por eso, aquí y ahora, necesitamos al menos un gobernador al modo de Sancho Panza, pues siendo ya hora es necesario comenzar la ronda: «que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda, holgazana y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mismo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen».
Y, ya en paráfrasis, prosigue: «Pienso favorecer a los verdaderos y esforzados trabajadores, guardar sus preeminencias a los espíritus aristocráticos, premiar a los virtuosos y, sobre todo, tener respeto a la Cruz, al idioma común, a los símbolos y a la unidad de la patria, y a la honra de quienes alientan religiosidad, ese sentimiento natural que nos distingue de las bestias».
«¿Qué os parece esto, amigos? -concluye, ahora literalmente, Sancho- ¿Digo algo o me estoy quebrando la cabeza?».
Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)