En estas fechas, 15 de Agosto, día de la Asunción de la Virgen María, España estalla en fiestas populares de origen secular y tradicional; ¡que no decaiga la fiesta!, para ello, nuestros reputados y queridos representantes políticos,-diputados del Congreso, institución donde se reúnen las más puras esencias de los elevados intereses generales de la Nación, donde se congregan las cabezas más preeminentes, juiciosas, prudentes y desinteresadas de nuestra Patria- han tenido a bien obsequiarnos con la elección (por mayoría absoluta, dicho de otro modo, sacramentalmente democrática e inspirada constitucionalmente en el rigor parlamentario que exige la Carta Magna), ¡Aleluya!, de una nueva presidenta del Congreso, título otorgado a una de las más ilustres diputadas que con sus cotidianos disfuerzos y delicadezas, unidos a su osadía independentista y desvergüenza institucional la han hecho justamente merecedora de tal nombramiento, fruto del desahogo, de las lisuras del partido en el que milita y de la cuerda de patriotas que sostienen las andanzas, industrias y perrerías del sanchismo, todos ellos en íntima comunión de intereses con Jack el Destripador, sujeto al que inmerecidamente la mayoría de los españoles tachamos y calificamos de cobarde prófugo de la Justicia, de golpista, de atrabiliario, en resumen, de escoria catalana.
Nuestros sentidos agradecimientos por este alarde democrático, por esta acertada votación; hemos conseguido que los pasacalles, las charangas, la alegría desbordante de estas fechas continúe, que no se extinga por el momento; ya vendrán tiempos peores, los del llanto y crujir de dientes, los de los golpes de pecho e inútiles actos de contrición.
Mientras tanto a disfrutar, que la vida son dos días, y mientras el festín desintegrador y la orgía degenerada no concluyan y la música del pasodoble Paquito el Chocolatero siga sonando, España poco importa ¡Aleluya!
Sánchez y sus amigotes son como las arenas movedizas, entras y no sales. Los detestas, abominas de ellos, los aborreces, incluso, puedes odiar a la grey socio-comunista, pero es muy difícil escapar de sus ergástulas. De los encantos, de las añagazas y mentiras del sanchismo- y que conste que toda la tropa que de él se alimenta comulga con la ideología comunista-, no puedes librarte a no ser que te impliques con un esfuerzo colosal de voluntad.
El sanchismo nos ha sumergido en un prolongado embarazo de riesgo, por una supuesta prescripción médica y necesaria prevención una parte de la sociedad se mantiene en un reposo absoluto, en una abulia permanente, en una miedosa pasividad a la espera del recién nacido.
Hay que preguntarse si realmente el proceso fisiológico (ideológico) de crecimiento y desarrollo del feto conviene o no a la felicidad de los españoles, a la convivencia pacífica entre ellos, al necesario y ordenado progreso de la Nación, a la libertad, a los derechos humanos o a la integridad territorial de España; la historia nos demuestra que estos embarazos son peligrosos y originan seres al margen de las leyes naturales, leviatanes difíciles de controlar, monstruos ávidos de poder, tiranos crueles e ignominiosos.
Una vez reflexionado sobre este extremo, hay que decidir si tenemos una justificación moral y política para intentar provocar el aborto, para interrumpir su crecimiento en aras de la protección individual y colectiva y de los interese generales de la sociedad.
¿Y yo qué puedo hacer? Pregunta rutinaria y evasiva de los que nunca o en pocas ocasiones han estado sujetos a un compromiso, digamos, que político con su país. Compromiso, que ni tan siquiera muchos de los altos representantes políticos que hemos padecido durante las últimas décadas han tenido para con España.
Creo que es razonable que coja prestada la pregunta que se hace Vargas Llosa en su novela “Conversación en la Catedral” ¿En qué momento se había jodido el Perú? y lo traslademos a España; con brevedad y sin necesidad de ir más lejos, recordemos al “execrable” por acción y al gallego Rajoy por omisión e indeterminación cuando España se jodió.
De cualquier forma, cabe decir, que toda acción individual repercute en la sociedad; pues la sociedad es un conjunto de interrelaciones individuales y colectivas que conforman un sistema sinérgico que se nutre de responsabilidades personales que afectan al desarrollo de la comunidad en mayor o menor medida. Todo individuo social posee capacidades, oportunidades y posibilidades para influir y modificar en su parte proporcional las diferentes opciones por las que una sociedad desee decantarse o elegir para su avance, mejora y forma de vida.
Antonio Cebollero del Mazo (ÑTV España)