La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 fue un festival masónico, de género y LGTB. Mientras los organismos internacionales oficiales del deporte consideran intolerable que unos futbolistas españoles griten ¡Gibraltar español!, por lo visto esos mismos organismos deportivos internacionales y otros parecidos ven normal y saludable convertir la inauguración de las Olimpiadas en uno de los mayores atentados anticatólicos que se recuerdan.

Tampoco les escandaliza que un jugador de Marruecos haga el gesto de cortar la cabeza con una risa cínica ávida de sangre.

Este es el mundo en que vivimos. Era la inauguración oficial del supuesto mayor evento deportivo del mundo, convertido en apoteosis política y consumista bajo los hipócritas supuestos ideales de la paz y la deportividad. Ideales, eso sí, que, por ejemplo, impiden que Rusia participe, pero que dejan que participe con toda normalidad un Israel que al mismo tiempo extermina a la población de Gaza. Cosas del «espíritu olímpico», que recuperara en su día el Barón de Coubertin, por cierto, masón.

Sabíamos que Francia había caído muy bajo pero no imaginábamos que tanto. Aunque no nos engañemos, casi todo Occidente está igual. La ceremonia incluyó un recorrido por la historia de Francia del que se excluyó cualquier referencia cristiana y que era un homenaje por todo lo alto a la Revolución francesa, concebida como el auténtico nacimiento de Francia.

Se homenajeó también a «las 10 mujeres más importantes de la historia de Francia» entre las que no estaba Santa Juana de Arco, pero sí por supuesto Simone de Beauvoir y Simone Weil, por su «lucha en favor del aborto» junto a diversas activistas negras, feministas y anticolonialistas casi desconocidas.

La humillación de la Francia tradicional se completó viendo a los soldados de la banda militar del Ejército francés con sus uniformes de gala bailando ridículamente ritmos caribeños cual si fuese el carnaval de Jamaica o de Haití.

Pero la traca final fue la performance que parodiaba la Última Cena con Drag Queens, con el supuesto altar convertido luego en pasarela para un desfile de modas con los hombres travestidos al ritmo de la música disco de los 90, convirtiendo de hecho la inauguración de las Olimpiadas, el supuesto mayor espectáculo deportivo del mundo en la ceremonia de colofón del mes de esto que llaman «Pride» (se supone que sienten mucho orgullo pero no se atreven a decir de qué, simplemente «Orgullo»).

Nadie es capaz de imaginar por supuesto cuál sería la reacción de la izquierda bienpensante si alguien hiciera algo así sobre el Islam, pero contra Cristo y el Catolicismo todo está permitido y todo es muy «inclusivo».

En definitiva, ayer vimos ante nuestros ojos la evidencia de un Occidente que agoniza, igual que el pobre campeón olímpico de 100 años, al que le hicieron soportar en su silla de ruedas la lluvia y un tiempo horrible.

Y es que eso sí, una tormenta que parece premonitoria, aguó desde el cielo el aquelarre. Aquelarre no por casualidad organizado en la capital de una nación que desde 1789 ha sepultado su vieja identidad cristiana para adoptar una esencia masónica, como ayer quedó bien claro.

Y con todo, lo más triste es que la cúpula de la Iglesia, tan dada a advertirnos sobre los peligros del cambio climático, calla y callará ante la inmensa infamia de ayer.

Javier Navascués (ÑTV España)

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Sociedad,

Última Actualización: 28/07/2024

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