Al contrario de lo que el Rey pretende que nos creamos con su discurso navideño, nos encontramos con una burguesía y una clase media en declive, apresadas en un modo de vida hedonista, desdeñosas de lo religioso, carentes de fuerza política y de verdadera identidad nacional, incapaces de proporcionar programas y liderazgos con vistas a una apremiante reconstrucción política, social, económica y espiritual. Y en esa atmósfera se explica que el desmembramiento de España, objetivo de la animadversión y avidez de sus enemigos históricos, esté dejando indiferente, además de al Rey, a la gran mayoría ciudadana.

La sociedad española actual no está, por desgracia, preparada para tomar la iniciativa de sacar del poder a Pedro Sánchez y a sus hordas, y mucho menos para ponerse a la labor de regenerarse a sí misma y con ello a la nación. Y no sólo por indiferencia patriótica y política o por ausencia cívica.

Lealtades ideológicas y personales, funcionariados abusivos, relaciones familiares, inoculación del antifranquismo sociológico, gregarismos sectarios, adoctrinamiento, desculturalización, ignorancia democrática; así como el deseo de mantenerse al margen de cualquier conflicto hasta verse forzada a elegir bando o el temor a la subversión social con el posible riesgo económico. Son estos intereses creados y otros diversos factores los que influyen en la gente, no la llamada a la dignidad ciudadana o el afán de libertad y de justicia.

Casi cincuenta años de propaganda y de basura educativa, aparte de las deslealtades autonómicas siempre tendentes a la centrifugación y al egoísmo regional, han enterrado profundamente, si no eliminado, cualquier atisbo de interés hacia los asuntos políticos, hacia el buen orden y hacia el patriotismo.

La gente, que no suele querer verdades ni sinceridad, mucho menos los desea en estos tiempos confusos, de papanoeles sin religiosidad. Lo que prefiere, por el contrario, son cosas agradables que la anestesien, ilusionen o tranquilicen, aunque sean engaños. Ejemplo obvio: las vacunas covidianas.

Además de todo ello, tenemos una considerable parte de la ciudadanía atrapada en una gran contradicción que no quiere resolver. A este sector poblacional pertenecen aquellos que, tras expresar su amor a España y su desacuerdo con la política actual, se dedican acto seguido a justificar, defender o votar al PP, prefiriendo ser arrastrados por este partido antes que reconocer que es un sicario más del Sistema y que por ello no puede ser el rehabilitador que necesita la patria.

Resulta irresponsable o sandio creer que gran parte de la jerarquía pepera está exenta del chantaje globalista, viendo cómo se halla ampliamente involucrada en los mismos o similares vicios que el socialcomunismo, todos ellos bajo la dirección y protección de los nuevos demiurgos que conforman el Imperio Profundo. Por eso tratan al unísono de evitar opositores y testigos críticos, ajenos a la confabulación globalista, gente no inmersa en los fraudes electorales ni promovida por los amos que rigen el Sistema.

Si deambulan entre nosotros ciudadanos que se empeñan en esconder la cabeza bajo el ala y no ver la realidad, no podemos comportarnos con ellos como con inocentes, sino tratarlos como cómplices de la maldad, monederos falsos o ignorantes, pues ante una ciudadanía humillada y una España ultrajada, no es momento de ir de ambiguo, de pusilánime o de sectario, y los espíritus libres están obligados a desenmascararlos.

Contra este estado de cosas, España necesita de manera imperiosa acabar con el socialismo y centrarse en la eliminación de los restantes partidos antiespañoles. Como necesita igualmente marcar distancias con el actual PP, obligándole a renovarse o a diluirse. Porque la vigencia de este PP impide la voluntad de liderar una veraz alternativa de cambio. España necesita líderes que logren el despertar general de las conciencias, y que, recordando las palabras bíblicas, hagan gritar a las piedras a la vista del silencio de la multitud, del silencio del Rey.

España necesita la fuerza que vemos actuar de modo grandioso en los artistas de la magnanimidad y en los nobles organizadores, esa fuerza constructora o reconstructora de Estados. Esa secreta convicción de la propia aristocracia espiritual, esa generosidad de creador, ese placer de darse forma a sí mismo como a una materia resistente y sensible, y de dar hechura al objetivo de regeneración, de imprimir en todo ello la huella de una voluntad, una crítica, un anhelo de excelencia, que acaba por dar a luz una profusión de afirmaciones y bellezas nuevas y sorprendentes, y que, como si fuera la fuerza primigenia vivificante, sea quien recree la belleza misma y vuelva a hacer de España una gran nación unida y en progreso, dueña de un horizonte ilimitado y de un destino ilustre.

Porque, para lograr lo necesario, es obligado perseverar en la lucha por lo que hoy parece imposible.

Jesús Aguilar Marina (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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