Todavía recuerdo aquella noche de electoral de julio del pasado año cuando, incluso después de las 8 de la tarde, hora de cierre de las urnas salvo en Canarias, la sede del PSOE parecía más bien un sepulcro, cerrado a cal y canto, y en su interior un grupo de plañideras que lloraban amargamente la derrota que se les avecinaba.
Sin embargo, en cuanto vislumbraron la posibilidad de que la suma de los votos del nuevo frente popular podía llevar al todopoderoso “Antonio” -el nuevo profeta- a la Moncloa, corrieron a habilitar una suerte de tribuna para, desde ella, dirigirse a las mesnadas o más bien a los iniciados en la nueva secta socialista.
Allí estaba animando el cotarro, tan vocinglera y desagradable como siempre, “uropa”, mostrando su falta habitual de estilo y su tradicional paletismo o pailanismo que raya con la más vulgar imagen que puede ofrecer una persona, especialmente si ocupa un puesto de importancia pública.
Allí estaba una buena parte de la colección de iluminados, alumbrados por la nueva doctrina sectaria de su maestro y guía espiritual, el ínclito “Antonio”, dispuestos a seguirlo hasta la muerte, bueno hasta la muerte física no que eso no les interesa, hasta la de España que es a la que nos está llevando este nuevo dios con pies de barro y aspecto de chulo de barrio bajo.
Hace tiempo que estoy convencido de que el socialista -en absoluto un partido de Estado- se ha convertido en una secta política guiada por los designios, más bien intereses particulares, de su suerte de profeta a quien siguen fielmente, perdiendo en el empeño el honor, la dignidad, el amor propio e incluso la cordura.
No hay más que ver a esa bancada enfervorizada de “lametraserillos/as” puestos en pie y ovacionando, sin rubor alguno, cualquier intervención de su carismático líder y la aprobación de cualquier Ley o norma, a la que se suman con fruición, aunque ello supongo la destrucción de España o el perdón a golpistas, asesinos terroristas, delincuentes y chorizos en general. Lo importante es, de una parte, seguir en el machito cobrando del erario y otra, que su dios siga en el Olimpo moncloita.
Algo similar a lo que acabo de escribir lo dijo, en fechas pasadas, Rubén Múgica, hijo del líder socialista Fernando Múgica, asesinado por la ETA, con motivo del aniversario de la muerte de su padre, señalando que “con los delincuentes pactan el Partido Socialista y su secretario general, Pedro Sánchez, aclamado por los suyos como si de un líder espiritual se tratara, aunque todo apunta a un suicidio político colectivo”.
Y acierta de pleno Rubén Múgica al decir que estos pactos sinsentido llevarán al partido socialista, tarde o temprano, a un suicidio político colectivo, aunque lo realmente grave es que ese suicidio nos lleve a todos los españoles a la destrucción de la Nación, algo que, bajo pretexto alguno, podemos tolerar.
Pese a todo, a la descarada voluntad de subyugar a la Justicia, uno de los pocos resortes que nos quedan para salvaguardar el Estado de derecho; las modificaciones del Código Penal y del Civil para poder beneficiar a golpistas, delincuentes y chorizos; la toma sistemática de todas las Instituciones para poder campar a sus anchas al más rancio estilo bolchevique-bolivariano; ese afán perverso y malsano de pactar, al precio que sea, con todos los enemigos de España, los que anhelan su destrucción y a muchas otras cosas más, todavía hay una buena parte de las Instituciones y de la sociedad en general que siguen calladas como un peto, como si la cosa no fuese con ellos, dispuestos a tolerarlo todo y encima, una buena parte de iluminados a seguir votando al nuevo profeta, haga lo que haga y mienta lo que mienta.
Hay muchos que no deberían olvidar los juramentos prestados, juramentos que obligan más allá de los intereses personales, incluso más allá de las posibles veleidades políticas. No se trata de un asunto baladí, se trata de un compromiso que se adquiere de por vida y que, llegado el caso, exige de su cumplimiento al igual que hicieron otros, antes, incluso al precio de su propia sangre.
Asistimos, casi impasibles, al desmembramiento de España, A cada paso, los enemigos nuestra Patria se sienten más crecidos y se permiten el lujo de despreciarnos a todos los demás, convencidos que, pidan lo que pidan, exijan lo que exijan, se le concederá a cambio de esos malditos siete votos que necesita el moncloita para seguir el plan preconcebido de destruir España.
Todavía recordamos el gesto de aquella siniestra y nauseabunda individua, de aspecto desagradable, que se permitió el lujo de retirar, en un gesto de desprecio, la Bandera Nacional de la Sala de prensa del Congreso de los Diputados y nadie tuvo lo que hay que tener para volverla a poner en su sitio y, si preciso fuera, echar de allí a patadas a la catalonia estúpida y, sin embargo, nadie dijo nada pese a la grave ofensa. ¿Alguien se imagina que sucedería si en Cataluña a alguien se le ocurriese un gesto semejante con la bandera catalana?
Vivimos malos momentos. De una parte, la conjura de la anti-España, del nuevo frente popular, con el semi dios “Antonio” a la cabeza, fielmente seguido por sus acólitos cegados y poseídos por la doctrina sectaria impuesta por él y, de otra, el resto, casi todos dormidos, fiando a esa Europa, formada por nuestros enemigos históricos y gobernada por el globalismo internacional que, llegado el caso, no moverá un dedo por nosotros, tiempo al tiempo.
A cada paso, el tiempo se va agotando y o todos decidimos al unísono, desde el de más arriba, al más insignificante, terminar con esta situación o, por el contrario, la situación nos vencerá y acabará con nosotros.
Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV España)