Que, a este paso, Ceuta y Melilla acabarán perteneciendo a Marruecos, es un hecho difícilmente discutible. Desde hace décadas, el sultán, antes el segundo Hassan, hoy el sexto Mohamed, y su majzén, trabajan con un objetivo concreto: la incorporación de esas ciudades, que consideran suyas, a un gran Marruecos en continua expansión, a las que se les da el mismo color en los mapas políticos.
En estas circunstancias, la anexión es cuestión de tiempo. El PSOE, fuerza hegemónica del régimen de 1978 ya dispone, incluso, de una doctrina justificatoria: la trazada en su día por Máximo Cajal, adalid de la Alianza de Civilizaciones.
Por un momento, con el cierre de las aduanas, el proceso de entrega pareció detenerse o, al menos, estancarse. Sin embargo, la apertura estaba ya prefigurada en Ferraz y hoy es una asimétrica realidad, pues el dominio sobre ese filtro político es netamente marroquí.
Consciente de su posición dominante, el sultanato, estructura teocrática respetadísima por la izquierda española, ha comenzado por bloquear la entrada de los dos primeros camiones españoles pactados con Sánchez. El pago, uno más, por el paso de los vehículos es la cesión del espacio aéreo saharaui.
La Marcha Verde de 1975, año tan necrológicamente celebrado por el sanchismo, adquiere así una sutil continuidad, en un contexto de reconfiguración geopolítica en el que España va quedando fuera de foco, enredada en su aldeano cainismo y su autodesprecio.
La exigencia marroquí, aparentemente intangible, etérea, no lo es en absoluto, pues los cielos reclamados son surcados por los aviones militares de Mohamed VI. La falta de control español sobre ese espacio permitiría que el sultanato, que cada año aumenta su partida en gasto militar, dispusiera del vuelo saharaui, una vez conseguido el suelo. Las aguas que bañan Canarias, bajo las cuales se adivinan valiosos recursos, serían el siguiente paso.
En la consecución del proyecto del Gran Marruecos, del que forman parte las ciudades autónomas, pero también los peñones y las Canarias, no es previsible, al menos, de momento, el uso de la fuerza bélica. La estrategia, pensada a largo plazo y ejecutada desde hace medio siglo, se acoge a los argumentos dados en su día por Bumedian.
En efecto, los vientres de mujeres son más útiles que los uniformes caqui para lograr la marroquinización de Ceuta y Melilla, fenómeno ya plenamente visible, pues en estas ciudades, la sectorización es un hecho y existen guetos, convenientemente romantizados en las telepantallas, tales como el Barrio del Príncipe, morería que vive según sus propias leyes.
Poco a poco, las ciudades españolas en el norte de África se van convirtiendo en un destino apenas de paso para profesionales atraídos por ventajas fiscales que viven de espaldas a su entorno, volcados en ambientes cada vez más cerrados.
En estas condiciones, difícilmente reversibles, pues no hay voluntad de parar el proceso de asimilación, la anexión, acaso facilitada tras un proceso de cosoberanía y ciertas consultas populares supervisadas por relatores, parece acercarse.
Las condiciones demográficas apuntan a esa dirección y el bipartidismo ya trabaja para dotar de una envoltura cultural adecuada. Prueba de ello es la aprobación, con el apoyo del PP, de la iniciativa presentada por el PSOE en el último pleno de la Asamblea de Ceuta, para convertir el dariya en patrimonio de la ciudad, paso previo a su conversión en lengua cooficial, con el fin cortoplacista de ganar los votos de unos musulmanes ligados por fortísimos vínculos al sultán al que Sánchez visitará en noviembre.
Iván Vélez (La Gaceta)