Soy profesor, mejor dicho «maestro» -ya jubilosamente jubilado- y en mis últimos años de ejercicio de la profesión, fui a parar a un colegio que, por entonces, el Ministerio de Educación denominaba de «difícil desempeño» (era el eufemismo que le endilgaban a los colegios a los que casi ningún profesor deseaba ir…), en él pasé mis dos últimos años como maestro.
El colegio, para recochineo, tenía por nombre el sarcástico y cruel eufemismo de «El Progreso»; digo «tenía» porque a los pocos años de estar yo en él, las autoridades «educativas» acabaron abandonándolo, pasando a convertirse en lugar de encuentro de drogadictos, mendigos… fue desvalijado al completo, habiendo sido durante mucho tiempo uno de los mejores colegios de Badajoz respecto de equipamientos e instalaciones. Finalmente acabó siendo derruido.
En el colegio «El Progreso» estaban matriculados alrededor de 200 alumnos, de los que diariamente apenas asistían a clase la mitad. La mayoría de los alumnos eran de raza gitana; apenas había «payos», y una pequeña minoría eran gitanos de origen portugués. Esto último era lo peor que podía ocurrirle a un niño o a una niña del Colegio Público El Progreso, pues eran considerados los parias por parte de los niños gitanos españoles…
La mayoría de los alumnos eran hijos de gente dedicada a la venta ambulante en mercadillos y cosas por el estilo; también había hijos de prostitutas, y de traficantes de sustancias estimulantes prohibidas… el que más y el que menos vivía en casas baratas, de promoción pública, o en chabolas.
Salvo excepciones, todos ellos hijos de familias numerosas, a la vez que «niños de la calle». Para muchos de ellos el único aliciente que poseía su estancia en el colegio era la posibilidad de comer -¡Sí, he dicho comer! Se notaba que eran bastantes los que la única comida decente que hacían al día era la que les facilitaba el colegio.
Las relaciones entre los alumnos (que ellos consideraban «normales») estaban impregnadas de crispación, de violencia verbal, cuando no de violencia física… El acoso, la burla cruel, las situaciones más o menos vejatorias estaban a la orden del día; y cuando saltaban chispas entre ellos (he de destacar que lo que describo era conducta habitual tanto entre niños como niñas) lo más suave que se decían era: ¡Que te caiga un cáncer!
Sirvan mis palabras como preámbulo necesario antes de abordar la zafia, grosera, irrespetuosa, violenta actitud de las feministas que, con motivo del aquelarre femiestalinista degenerado del 8 de marzo, tuvieron la ocurrencia de negarle el derecho a la vida a Santiago Abascal Conde (presidente de VOX) simplemente porque no piensa como ellas, profiriendo cánticos de profundo odio contra él y contra su madre.
Y mucho más lamentable es que una tal Ángela Rodríguez «Pam», secretaria de Estado de «Igual-da», segunda de abordo de Irene Montero, lo grabara y divulgara por doquier, y para recochineo ella y algunas más de las secuaces de «podemos», lo sigan justificando… Como ha sido el caso de la delegada del Gobierno contra la «Violencia de Género» -y juez-, Victoria Rosell.
Claro que es perfectamente entendible viniendo de gente de semejante calaña, de gentuza que participa de la cultura de la muerte, partidarios del aborto y la eutanasia, al mismo tiempo que se erigen en los defensores de la vida y el buen trato a los animales; pues en el fondo son antihumanos, destilan odio por los cuatro costados y para más INRI legislan sobre «crímenes de odio» contra los que con ellos discrepan.
Es bueno que sigan en esa dirección y se quiten del todo la careta, así los españoles decentes que aún no se han dado cuenta todavía, podrán tener claro quiénes son los que ahora nos malgobiernan en los diversos ayuntamientos de España, en las diputaciones provinciales, en los cabildos insulares, en los gobiernos regionales, en el gobierno de España… y llegado el momento no tengan dudas de desalojarlos.
Es entendible, comprensible que mis antiguos alumnos fueran adictos a la violencia, la provocaran, la buscaran y fueran unos auténticos «tocapelotas», y conste que no hay nada más distante de mi forma de conducta, pues nada más lejos de mi forma de actuación que el recurso a la violencia, o que yo tienda a justificarla; pero lo que sí es del todo inadmisible es que haya quienes le deseen lo peor a otros, o se alegren de sus desgracias,…
No me negarán ustedes que quienes le desean la muerte a Santiago Abascal están en la misma dirección que cuando mis ex alumnos soltaban por su boquita aquello de «¡Qué te caiga un cáncer!».
Y quede claro también, que yo no le tengo una especial simpatía a Abascal desde que tengo constancia de que es más de lo mismo, uno más de los capos de las diversas agrupaciones mafiosas que se hacen llamar partidos políticos, cuyo único objetivo es parasitar, saquearnos y vivir de nuestros impuestos…
Pero de ahí, de eso, a desearle que muera por cáncer o algo semejante, tal cual hacen las femiestalinistas degeneradas, hay un grandísimo abismo. ¿O no?
Carlos Aurelio Carlitos (ÑTV España)