Estamos asistiendo estos días a un proceso de demonización de un Cuerpo muy querido por los españoles de bien: la Guardia Civil.
De forma intencionada, los que tejen la madeja de la corrupción, contando con el concurso de los medios de comunicación del pesebre y de la subvención gubernamental, están intentando que el árbol no nos deje ver el bosque, tratando de ocultar una trama a gran escala, haciéndonos creer que se trata de una “gatada” de la que tan solo son responsables algunos miembros de la Guardia Civil.
Sin embargo, en ese maremágnum de noticias de toda procedencia y pelaje, al final, el mensaje que va calando y quedando es que los únicos responsables de la corruptela son Guardias Civiles, es decir, la Guardia Civil.
Es vergonzoso que nos dejemos engañar de esta forma tan miserable. La Guardia Civil es, fuera de toda duda, un Cuerpo de honor acrisolado al igual que lo es la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas. Así lo ha demostrado a lo largo de su historia de servicio a España y a los españoles, siendo muchos los componentes del Instituto que entregaron su vida en cumplimiento del deber.
Qué en el Cuerpo puede haber alguna “oveja negra”, por supuesto, en la misma medida que los hay en cualquier otra Institución sea pública o no. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, decía Nuestro Señor. Pero de ahí a que se desvié la atención sobre el Cuerpo en su conjunto, media un abismo.
En cualquier caso, lo primero que debemos considerar es que tanto en la Guardia Civil, como en la Policía Nacional o en las Fuerzas Armadas sus más altos dirigentes no son profesionales de ninguno de estos Cuerpos, son, todos ellos, políticos del partido de turno, siendo estos, en última instancia, los que toman las decisiones y marcan la línea de actuación del Cuerpo respectivo.
El poder político, y esto no se debe pasar por alto, ejerce un control férreo sobres las Instituciones aludidas hasta el punto de que sus mandos a más alto nivel -Policías, Guardias Civiles o Militares- son nombrados y cesados por el poder político y, por tanto, alguna responsabilidad, bien sea por acción -nombrando por afinidad o simpatía a incompetentes-, bien por omisión -no relevando a quien corresponda por mucha simpatía que profese con la causa política de turno-, debería recaer en el poder político.
Sin embargo, resulta más sencillo, cuando salta a la luz una trama de corrupción, buscar las cabezas de turco en los escalafones de los Cuerpos respectivos, poniéndose los políticos de perfil como si la cosa no fuera con ellos.
Ahora que ha saltado una nueva trama de corrupción que ensucia el buen nombre de España y pone al poder político que gobierna en un brete hay que buscar un chivo expiatorio para desviar la atención y, en esta ocasión, han encontrado a la Guardia Civil.
Parece que se nos olvida que ni un General, ni un Coronel, ni otro de cualquier empleo son la Guardia Civil y ni siquiera la representan, a lo sumo son unos miembros del Instituto que obviando el sagrado cumplimiento de su deber han metido mano en la caja, nada más, por eso no es tolerable que, la conducta deleznable de unos pocos, manche la honorabilidad de un Cuerpo demostrada con creces a lo largo de su historia.
Desgraciadamente, a lo largo y ancho de la Historia de España el poder político gobernante en cada instante, bien arropado por la prensa afín, ha tratado de desviarse del punto de mira de la sociedad y culpar tanto a las Fuerzas Armadas como a los Cuerpos de Seguridad de todos los sucesos graves acaecidos en España. ¿Ejemplos? Muchos.
La pérdida de las últimas colonias (1898); los asesinatos de Cánovas (1897), Canalejas (1912), Dato (1921); el Desastre de Anual (1921); la guerra civil (1936); el atentado contra Carrero Blanco (1973); etc. Sin embargo, si fuésemos capaces de buscar respuestas más allá de las hemerotecas de la prensa y recurriendo, por ejemplo, al Diario de Sesiones del Congreso nos encontraríamos, cara a cara, con los auténticos culpables, los que se negaron a conceder los créditos necesarios para potenciar nuestros Ejércitos o nuestras Fuerzas del Orden dilapidando el dinero, como se hace ahora, en esas absurdas campañas para publicitar las gilipolleces que se le ocurren a las taradas de la podemía.
Estamos asistiendo a un nuevo episodio de corrupción al más alto nivel, sin embargo, que a nadie le quepa duda de que, poco a poco, los nombres de los políticos implicados, sobre todo siendo del partido que son, irán pasando a un segundo plano, hasta perderse en la nebulosa de los recuerdos, y al final lo único de lo que se hablará será de la corrupción en la Guardia Civil.
No se nos puede olvidar el caso casi olvidado de los ERES de Andalucía como se ha ido olvidando la corrupción galopante de los años 80 -Filesa, Malesa, los fondos reservados, etc.- que, para la mayoría de los españoles, es una gran desconocida.
Tampoco deberíamos dejar de preguntarnos que se ocultaba en el interior de las misteriosas maletas de la Delcy, una incógnita que, a lo que se ve, nadie quiere desvelar; como tampoco lo sucedido con vacunas y mascarillas durante la “plandemia” o el motivo de regalar dinero al tal Gates. Son preguntas que todos nos deberíamos hacer antes de votar el próximo mes de mayo.
En resumen, no dejemos que nos camelen enseñándonos el árbol para evitar que podamos ver el bosque de corrupción del que, lamentablemente, siempre son responsables los políticos y, en la mayoría aplastante de los casos, los mismos.
La Guardia Civil es un Cuerpo modélico, con acrisolado honor y con una brillante trayectoria de servicio a España y a los españoles que no puede verse empañado por la actitud de unos pocos y, mucho menos, salpicado por la corruptela de esos políticos que, para algunos, son tan “guays”.
Descubramos, entre todos, esa trama de políticos corruptos y sentémoslos en el banquillo de cualquier sala de vistas para que, además de devolver lo que se llevaron, terminen con sus huesos en la cárcel.
Eugenio Fernández Barallobre (ÑTV España)