Mira que las ha hecho gordas este señor de la Moncloa y nunca pasó nada. En esta ocasión en cambio, parecía como que sus pretensiones rebasaban todos los límites imaginables, proponiéndose ir demasiado lejos y todo hacía pensar que alguien tenía que verse obligado a pararle los pies.
Fue por eso, por lo que se comenzó a hablar, de que había llegado el momento en que el rey tenía que intervenir, ya que lo que intentaba hacer este ciudadano sin escrúpulos, era, poco menos, que dar un golpe de estado y ello naturalmente quedaba fuera de la Constitución, a la que el propio monarca está obligado, no solo a cumplir sino también a proteger
En mucha gente comenzó a renacer la esperanza, hasta cierto punto lógica de que, para enderezar la situación, algo debiera hacer el Jefe del Estado, quien sin duda, era consciente, como nadie, de la gravedad del momento presente. Para salvar su dignidad personal, cuando menos, en sus manos siempre iba a estar la posibilidad de abdicar, en el caso de que no pudiera hacer otra cosa
Se pensó en los jueces, incluso en los de Luxemburgo y hasta no pocos llegaron a creer que esta batalla era suya y que desde el principio la tenían ganada, porque el supuesto usurpador se había apropiado de una parcela que no le correspondía. El problema siempre ha estado en saber si los jueces son tan independientes como fuera de desear y hasta dónde estarían dispuestos a llegar.
En cuanto a las diversas plataformas de las fuerzas armadas e instituciones militares, bien están las manifestaciones de su malestar por la amnistía, considerada como una traición a España, e incluso no estaría mal que buscaran apoyo en sus compañeros y todos unidos tratar de disuadir al Amnistiador , bien está todo esto, digo, pero debiera ir acompañado de algún gesto, aunque ello trajera consigo jugársela y exponerse a una sanción, si preciso fuera, porque su deber prioritario es defender con honor a su patria, tal como lo tienen jurado solemnemente.
Todo esto entraba dentro de la lógica y hasta cierto punto era presumible que fuera a suceder. ¿Y el pueblo? qué podía esperarse del pueblo? Pues también alguna esperanza había, no de un levantamiento popular, por supuesto; pero sí algún tipo de reacción, cuando menos por el agravio comparativo que supone el que a unos ciudadanos, por el hecho de ser políticos. se les amnistiara de penas gravísimas, se les condonara la descomunal deuda de 15.000 millones de euros, a costa, naturalmente, del contribuyente y se les tratara de forma diferente que al resto de los ciudadanos de a pie, después de habernos hecho creer que en democracia todos somos iguales ante la ley.
Con respecto a los periodistas y partidos políticos mayoritarios con capacidad decisoria, como son el PSOE o el PP, poco cabía esperar, al ser ellos parte del problema y por fin de la Iglesia, sobre todo de la Iglesia Catalana, mejor no hablar.
El hecho es, que después de tanta expectativa en torno al desenlace final de este culebrón, del que se viene hablando y escribiendo desde el 23 de julio, al final, nada de nada, mucho ruido y pocas nueces, o como diría Cervantes: “Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”. Todo lo que al día de hoy podemos decir, es que Pedro Sánchez ya es, legalmente, presidente de la nación, por mucho que se haya dicho y escrito en contra de su ilegítimo proceder.
Y a partir de ahora ¿qué? pues a seguir trabajando para que lo anormal aparezca ante la galería como lo más normal del mundo y a celebrar lo rubricado en el Parlamento, como un nuevo triunfo de la sacrosanta democracia. Seguramente dentro de unas semanas todo estará olvidado y ya nadie se preguntará qué preció tuvimos que pagar los españoles por esta ignominia y cuáles van a ser sus consecuencias.
Como en otras ocasiones, el aparato del estado ha demostrado tener capacidad para desactivar los posibles frentes de oposición, poniendo en práctica los corta-fuegos a su alcance, incluso los intimidatorios y represivos. Se esfumaron todas nuestras expectativas de ver hacer las maletas al huésped de la Moncloa.
Ya solo nos queda confiar en Dios como única esperanza y también en ese puñado, que todavía queda, de patriotas, que hoy son pocos, pero que mañana pueden ser muchos más, porque en política nada es para siempre; por eso hay que seguir soñando en recuperar nuestra dignidad como pueblo y como nación.
De este triste y deplorable acontecimiento, cuando menos, nos quedará el recuerdo de unos españoles y españolas valientes, que poniendo en riesgo su integridad física salieron a la calle a defender a su patria, nos quedará el buen ejemplo de esos españoles y españolas decentes, que desafiando la burla y mofa de los intolerantes e intransigentes, salieron de la sacristía para hacer pública su protesta, armados con un rosario entre las manos.
Ángel Gutiérrez Sanz (ÑTV España)