Sumar, el conglomerado de partidos liderados por Yolanda Díaz, no es una balsa de aceite. De momento han sido ya dos veces las que ha recibido públicamente el mensaje del PSOE de que, por mucho protagonismo negociador que Díaz quiera acaparar con el independentismo para facilitar la investidura de Pedro Sánchez, debe apartarse porque los socialistas tienen su propia estrategia y no quieren su ayuda.

A ese deliberado menosprecio, y a la despectiva consideración de que el de Díaz es solo un partido subalterno de las decisiones unilaterales de Sánchez, se une también un avispero interno de conflictos difícilmente resolubles. Sumar alberga a cinco diputados de Podemos, los únicos que le quedan al partido de Pablo Iglesias en el Congreso, y el ambiente está enrarecido.

Persisten los rencores internos por la purga de dirigentes como Irene Montero, vetada por Díaz para ir en las listas y quien ‘a priori’ apura sus últimas semanas como ministra. A su vez, Pablo Echenique abandona la política con duros reproches a Díaz y negando que realmente exista unidad en la izquierda, mientras esos cinco diputados, dirigidos por Ione Belarra, exigen cuotas proporcionales de poder bajo la amenaza de ‘independizarse’ de Sumar con un grupo parlamentario propio para gozar de autonomía decisoria.

Y, por supuesto, si Sánchez reedita la presidencia del Gobierno, plantean disponer de al menos un ministerio, algo que Díaz no parece aceptar. En el vértice de todos ellos está Pablo Iglesias, que sigue siendo el director de una estrategia que no sólo promete ser explosiva en el seno de Sumar, sino que podría provocar un cisma dentro mismo de Podemos entre partidarios y detractores de Yolanda Díaz.

Nadie abona de momento la tesis de que esos cinco diputados fieles a Iglesias podrían dificultar la investidura de Sánchez si no consiguen sus propósitos. Pero el objetivo prioritario de Podemos puede no ser tanto investir a Sánchez actuando como muleta irrelevante a las órdenes de Díaz, sino evitar desaparecer definitivamente del foco político y tratar de mantener una influencia real.

En este contexto, Podemos se está fracturando entre leales irreductibles de Iglesias, Montero, Belarra o Echenique, y algunos otros cargos secundarios que defienden criterios más pragmáticos bajo el paraguas de Díaz. Por eso, quienes desde Podemos sugieren estos días una ruptura con Sumar como única forma de no sentirse humillados lo hacen indirectamente poniendo en peligro la continuidad de un posible Gobierno de Sánchez.

Ya en dos ocasiones anteriores, en 2016 y en 2019, Podemos –con mucha más fuerza que ahora, es cierto– provocó la repetición electoral. No es probable que ocurra ahora, pero resulta innegable que el cainismo acumulado en los partidos que conforman Sumar podría llegar a dinamitar cualquier relación.

No es únicamente una cuestión política. No poner en valor la pésima química personal entre algunos de los protagonistas, la pugna de egos, o las venganzas personales, sería tanto como obviar elementos que sí pueden viciar cualquier tipo de alianza.

Echenique, es lógico que con el aval de Iglesias, ha dejado escrito que «lo que me resulta muy difícil de entender es que, desde una posición supuestamente negociadora y dialogante, se niegue la autonomía política del alma partisana de la izquierda, se la inste a callarse, y se la conduzca de esta manera a su final».

Cuando afirma eso y termina alegando que «si eso es la unidad de la izquierda, entonces habrá que hacer otra cosa», ese «otra cosa» suena más a amenaza que a resignación.

Se abra o no una nueva legislatura con Sumar en el gobierno, lo único no garantizado es la paz interna.

ABC

 

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Última Actualización: 13/06/2024

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