Ante el rotundo revés electoral que sufrió el PSOE en la noche del domingo, el presidente del Gobierno ha sorprendido este lunes anunciando, desde el Palacio de la Moncloa, la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio.
Hace algunas semanas, Pedro Sánchez optó por convertir las elecciones municipales y autonómicas en un plebiscito sobre su mandato y, después de cosechar un durísimo resultado en el que los socialistas han perdido casi todo su dominio territorial, el presidente ha decidido doblar la apuesta convocando, a la desesperada, unas nuevas elecciones.
La noticia es sorprendente pero encaja con el proceder habitual de Sánchez. Los golpes de efecto y los abruptos giros de guion forman parte del utillaje estratégico de un presidente que siempre ha intentado superar las distintas crisis a las que se ha visto expuesto por elevación.
La disolución de las Cámaras y el nuevo llamamiento a las urnas es una apuesta tan radical como arriesgada, propia de quien sabe que sólo le queda un último intento. Tal vez esta sea la única opción que le quedaba, después de constatar cómo su capital político y el de los barones territoriales quedaba prácticamente extinguido en los comicios celebrados el domingo.
Los resultados electorales de las elecciones autonómicas y municipales exigían una terapia radical, pero el anuncio de Sánchez ha descartado otras opciones que al menos sobre el papel eran posibles. La más evidente habría sido proponer un giro hacia el centro con una crisis de Gobierno que entrañara la ruptura definitiva de la coalición con Unidas Podemos.
Descartado este escenario, Sánchez asume sobre sus hombros un protagonismo casi absoluto, ya que la convocatoria de elecciones apenas deja espacio a Yolanda Díaz para reconstruir una alternativa creíble para el votante de izquierdas en apenas diez días. Tampoco ha existido ejercicio alguno de autocrítica en forma de destituciones o dimisiones.
Salvo Guillermo Fernández Vara, quien con pundonor y elegancia ha sabido asumir en carne propia la derrota y ha anunciado su marcha, no se ha escuchado ningún juicio reflexivo o crítico que dé respuesta a la debacle electoral. Al menos en público, ya que en privado, sí han sido varios los líderes territoriales que han expresado su falta de confianza en la estrategia oficial.
De cara a los medios las filas están prietas. A la salida de Ferraz, Iratxe García, secretaria de la Unión Europea en la Ejecutiva Federal, ha celebrado la decisión del presidente llegando a señalar que estaban teniendo «buenos ‘inputs’ y muy buena apreciación por parte de la ciudadanía» pocas horas después de constatar una pérdida de más de 400.000 votos.
Los españoles se expresaron el domingo de un modo claro e inequívoco, lo que permite inferir que existen buenas razones para atisbar un cambio de Gobierno tras las elecciones del próximo 23 de julio. El desgaste de Pedro Sánchez y sus ministros, así como la desconexión que el PSOE encontrará en los lugares en los que los barones han sido descabalgados, permiten a los de Feijóo afrontar estos comicios con una expectativa optimista.
Sin embargo, la volatilidad política y la capacidad de cambio que admiten los contextos electorales contemporáneos obligarán tanto a Partido Popular como a Vox a actuar con extraordinaria responsabilidad e inteligencia práctica en las próximas semanas.
Parece claro que sólo una torpeza táctica o un conflicto a deshora podría revertir un marco favorable al cambio político.
ABC