El horizonte de finales de este mes de mayo y con él la cita con unas nuevas elecciones municipales nos debería obligar a realizar una profunda reflexión sobre lo sucedido en nuestra ciudad, al igual que en otras partes de España, a lo largo de los últimos años.
En 2015, sin saber muy bien la razón, tal vez hartos de los viejos discursos políticos, una buena parte de la ciudadanía pensó que la nueva opción que representaba la marea, una marca blanca de la podemía miserable, podría aportar savia nueva y, con ello, la mejora de nuestras condiciones de vida.
Algunos sabíamos lo erróneo de tal decisión, sin embargo, de poco sirvieron las advertencias y así, de la noche a la mañana, al gobierno municipal coruñés accedió una serie de gente sin preparación alguna, cuya única bandera era la del sectarismo más despiadado.
Fueron cuatro años lamentables con una gestión nefasta que detuvo el rumbo la ciudad. No se acometieron obras de importancia y las que estaban proyectadas se paralizaron dejando a La Coruña huérfana de unas mejoras imprescindibles –estación modal, ampliación de la avenida de Alfonso Molina, ampliación del Hospital, etc.– y lo poco que se pretendió, además de comenzar la construcción de carriles-bici, carecía del mínimo sentido –paso subterráneo para ranas y batracios, operación “Carpanta” para alojar a los sintecho, bajo los puentes, etc.– lo que, afortunadamente, provocó que se hiciesen inviables.
Dejaron de utilizarse raticidas ya que las ratas eran, según decían, parte de la fauna urbana al igual que las cucarachas y otros insectos. Dejaron de usarse detergentes para limpiar la ciudad convirtiéndola en la segunda más sucia de España; se abandonaron los jardines al igual que las calzadas y no se acometió nada que tuviese un mínimo sentido.
La Coruña fue privada de sus tradiciones más inveteradas y de ser la ciudad más puntera de Galicia pasó, de repente, a un segundo plano, muy alejada del primero.
En 2019, hartos ya de tanto populismo inútil, una buena parte de los ciudadanos se decantaron por la actual alcaldesa, máxime cuando ella misma, en el día de su toma de posesión, prometió que sería la alcaldesa de todos los coruñeses, algo que, a todas luces, incumplió.
De hecho, en los últimos cuatro años nada cambió. Tampoco se acometieron obras de interés; las licencias de construcción se siguieron dando a cuentagotas; los carriles-bici se multiplicaron con un gasto brutal para el uso de un número muy reducido de ciudadanos que, por cierto, no pagan nada por su utilización.
La calle Real presenta el mismo aspecto de mercadillo ambulante que en los años anteriores. Se limitaron las plazas de aparcamiento en todas partes. No debemos olvidar aquella frase tan desafortunada de la alcaldesa de “si se compra una vaca, será porque tiene un establo” y la ciudad se han convertido, a cada paso más, en una urbe hostil por la que es imposible circular y aparcar y, en consecuencia, poco atractiva para todo aquel que nos visite y utilice el coche como medio de locomoción.
Todo ello, obedece a la política general que le marca su partido desde Madrid, una política que está inspirada en esa malsana “Agenda 2030” que nos quieren meter hasta por las orejas; esa que nos anuncia a bombo y platillo que “no tendremos nada, pero seremos felices”.
Esa política de pactos en los que cabe todo aquel que ambicione destruir España: los delincuentes golpistas catalanes, con los que los socialistas no pensaban pactar jamás; la malvada podemía que, según decían, les iba a quitar el sueño; los criminales etarras que, con sus manos manchadas con la sangre de inocentes, pretenden acceder a las Instituciones y con los que prometieron, una y otra vez, que jamás pactarían.
Esta señora es fiel continuadora de la política de su jefe en Madrid, la misma que auspició la perversa ley que permite salir de las cárceles a violadores; la misma que puede condenar a prisión a alguien que de muerte a una rata si se cuela en su casa; la misma que permite que alguien se despierte siendo hombre y al final del día sea mujer o viceversa; la misma que consagra el aborto como un derecho fundamental; la misma que da pábulo a golpistas y filoterroristas hasta el punto de que pueden concurrir a las próximas elecciones; la misma que no articula normas legales para luchar contra la lacra “okupa”; la misma que está arruinando nuestro sector primario -ganadería, agricultura, pesca, minería, etc.-; la misma que está destruyendo nuestros pantanos; la misma que financia a vagos y anima a que a España venga todo el que quiera con el fin de lograr su voto; la misma que pretende que todos nos compremos un coche eléctrico y el que no pueda que no circule; la misma que dilapida el dinero de todos en financiar los viajes o en comprar videojuegos para los que cumplan 18 años -curiosamente la edad en la que pueden votar por vez primera- o en financiar el cine a los mayores de 65 para enriquecer a los de la “ceja”; la misma que permite esas campañas absurdas impulsadas por las inútiles podemitas que nos cuestan una pasta gansa y que no sirven para nada; etc. En resumen, una copia de esa desastrosa política que está llevando a España y a los españoles a las más absoluta de las ruinas tanto a nivel económico como a nivel moral.
La Coruña, al igual que el resto de España, tiene que liberarse de esta lacra a la mayor brevedad y un buen momento es ese próximo día 28 en el que esta señora tiene que quedar fuera del gobierno de la ciudad si queremos que La Coruña vuelva a parecerse a lo que era.
Necesitamos en el Ayuntamiento a coruñeses que amen la ciudad más allá de banderías políticas; alguien que nos represente en todos los ámbitos le gusten o no, alguien para quien La Coruña esté por encima de cualquier otra consideración
Estamos seguros de que las amistades peligrosas de las que alardea esta señora –la foto es muestra de ello– terminarán pasándole factura.
Eugenio Fernández Varallobre (ÑTV España)