En un intento agónico por dar sentido a su despedida de la Casa Blanca, que según encuestas como la de Gallup está rivalizando en impopularidad con la de Richard Nixon, Joe Biden dedicó su último discurso a denunciar que una camarilla de multimillonarios amenaza la república. «Hoy en día, está tomando forma en Estados Unidos una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos y libertades básicas y las oportunidades para que todos salgan adelante», dijo Biden.
En un discurso calcado del que pronunció Dwight Eisenhower en enero de 1961, antes de entregar el mando a John F. Kennedy, Biden aludió a la existencia de un «complejo industrial-tecnológico» (Ike habló de «un complejo militar-industrial») que está generando una «avalancha de información errónea y desinformación, que permite el abuso de poder». La prensa libre, añadió, «se está desmoronando».
Tan sombrías palabras del todavía presidente, sin embargo, están lejos de obedecer a la genuina preocupación por el futuro de su país que albergaba el vencedor de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones europeo. Eisenhower había concluido su segundo mandato como presidente del país y ya no podía ser reelegido. No cabía duda de que hablaba como un patriota, consciente del insuperable legado que había aportado a su nación. En cambio, Biden ha cometido errores de bulto, torpezas que incluso lo han distanciado de su vicepresidenta, Kamala Harris, a la que habría ofendido innecesariamente al sugerir que él podía haber hecho un mejor papel frente a Donald Trump.
Hay, sin embargo, dos aciertos de Biden que conviene recordar. Uno fue la aprobación de la Inflation Reduction Act (IRA), una clase magistral para Europa sobre cómo aliarse con el mercado para cambiar las cosas, y sus advertencias de que Putin invadiría Ucrania. Pero el final de su mandato lo ha ensombrecido todo.
No se entiende su inacción frente al robo de las elecciones en Venezuela por parte de Nicolás Maduro, como tampoco se explica que decidiera retirar a la dictadura cubana de la lista de países que cooperan con el terrorismo. Incluso admitiendo que tarde o temprano tendría que adoptarse esa medida, éste no era el momento de hacerlo, porque se envía a los dictadores amigos de Cuba –como Venezuela o Nicaragua– el mensaje de que pueden albergar esperanzas de mejorar su situación con Washington sin hacer concesiones.
ABC