Desde el triunfo electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales del pasado noviembre en los Estados Unidos, se ha generado una importante expectativa mundial ante su inminente asunción. Y no es sólo porque se trata de la conducción del país más poderoso del planeta, sino porque la persona que llega es Donald Trump. Claro que estar al frente de semejante potencia le otorga un respaldo singular, pero las condiciones de liderazgo del futuro presidente agregan un calibre inusual al recambio que se llevará a cabo el próximo lunes 20 de enero.
La súbita energía que intentó demostrar el saliente Joe Biden en los últimos 20 días de gestión no alcanzan para borrar el pobrísimo balance de sus cuatro años de administración en los que se multiplicaron los conflictos internacionales y quedaron sin resolver los internos. La cuestión de la inmigración ilegal y el creciente malestar de la población nativa por el aluvión de ilegales que parecía alentar el demócrata fue, entre otras, una de las tramas que inclinaron la balanza al momento de decidir la elección del futuro administrador.
A la irritante labilidad de Biden se imponía la contundencia de Trump; todos los escollos que tuvo que enfrentar no alcanzaron para sacarlo de carrera. No pudo con él el colectivo de estrellas de Hollywood, históricamente de izquierdas, donando importantes cantidades de dólares y expresando explícitamente su rechazo por el republicano y demonizando su figura, más aún que su apoyo a la candidata Kamala Harris. La prensa, abiertamente inclinada a favorecer al partido demócrata, también fracasó. La personalidad del personaje y la densidad de sus convicciones pudieron más.
Aquí es interesante hacer un alto y reflexionar sobre el proceso; porque Donald Trump expuso sus condiciones innatas de liderazgo y las ideas que sostiene en distintos temas, pero el cambio, la elección corrió por parte de la población.
Una reciente encuesta realizada por Fox News y publicada por La Gaceta registra niveles de aprobación inéditos en su carrera política. El manejo de la transición y las recientes propuestas parecieran haber dado respuesta a los reclamos del electorado. Según esa medición, el 52% de los estadounidenses aprueba su gestión en esta etapa, una importante diferencia respecto de 2017, cuando sólo el 37% apoyaba su desempeño.
El respaldo a Trump ha crecido especialmente entre votantes de color, jóvenes menores de 30 años y electores con título universitario, universos que hace unos años le eran esquivos.
Trump está preparando más de 100 decretos sobre distintos temas, todos de máxima prioridad para su gestión: seguridad fronteriza, deportaciones de ilegales e indocumentados y prioridades políticas que pretende emitir no bien arribe a la Casa Blanca. También informó a los senadores republicanos sobre el futuro paquete de medidas durante una reunión privada en el Capitolio. Se espera que muchas de las acciones se lancen el día de su investidura. Stephen Miller, asesor de Trump, describió a los senadores republicanos las medidas de seguridad fronteriza y de inmigración que probablemente se lanzarán primero. Pero también contempla otras preocupaciones de carácter internacional y que quiere ver resueltas de inmediato.
«Si los rehenes no son liberados antes del 20 de enero de 2025, la fecha en la que asumiré con orgullo el cargo de Presidente de Estados Unidos, lo pagarán caro en Oriente Medio y aquellos que perpetraron estas atrocidades contra la Humanidad», escribió en diciembre en su plataforma Truth Social. La respuesta no se hizo esperar: empezó la negociación contrarreloj de un acuerdo entre Hamas e Israel, antes de su asunción que está próximo a firmarse.
Algo similar propone en Ucrania y Gaza: una solución rápida y definitiva. El mensaje es que Estados Unidos va a colaborar en resolver pero no en extender los conflictos porque su primera presidencia es la demostración de que mantener una paz controlada, aún en zonas calientes, es posible. Y su lema «America first» implica no arrastrar a sus conciudadanos a más litigios y gastos evitables.
El liderazgo de Donald Trump queda a la vista. Por eso las izquierdas, vacías de argumentos ante el fracaso propio y el éxito ajeno, tildan sus medidas de populistas y proteccionistas. No entienden o no quieren entender que el globalismo woke ha sido un intento fallido de cercenamiento de libertades que está en vías de extinción porque el público está despertando y lo rechaza cada día más. Un nuevo y auspicioso capítulo de la historia del Siglo XXI está por comenzar el próximo 20 de enero.
María Zaldiva (La Gaceta)