Hubo una época en la que los primogénitos se dedicaban a la milicia, los segundones a la Iglesia y las jóvenes eran casaderas.  Los que carecían de alcurnia trabajaban de labriegos, sus hijos de pastores, las hijas eran sirvientas y los descarriados, asalta caminos.

 Algunas señoras entre jovenzuelas y maduras trabajaban como meretrices, una actividad condenada por la moral, pero permitida por el Estado

En ese mundo plural existían poetas y escribanos, gente leída y mal alimentada que difundía la inmaterialidad de la cultura (¡y ¡así les iba!)   porque para sobrevivir se aficionaron a contar verdades convenientes y a silenciar las que resultaban incomodas a los poderosos.

Desde entonces hasta nuestros días no ha habido periodo de la historia en el que no exista un distorsionador de la realidad disfrazado de periodista o vocero, sin necesidad de disfrazarse, porque el cuarto poder siempre ha sabido aliarse con el mejor postor, aunque nunca en democracia, con tanto descaro como sucede hoy

Sus vasallos estaban identificados como periodistas cortesanos, pero hoy no necesitan infiltrar a nadie porque ellos mismos han suplantado a sus mamporreros y hoy hacen ese juego desde los escaños parlamentarios o plataformas que les subvencionan donde personajes notorios de la sociedad civil acuden a ser entrevistados por rufianes o ex vicepresidentes.

Procuro no prestarles atención a estas menudencias miserables, pero hace unas horas me he reconciliado con un hombre que se llama Figo, no porque antes le hiciera de menos sino porque maneja la palabra con similar habilidad a como jugaba con el balón en el mejor equipo del mundo,

El periodismo serio nunca ha sido hortera pero el de mentira sí, y en ese campo chapotean un tal Rufián de apellido y otro de condición que no sabían que Luis Figo, ex futbolista, asesor de entidades deportivas internacionales y empresario comprometido en proyectos muy rentables y prestigiosos, es un hombre que no pierde el tiempo en pachangas

La respuesta del señor portugués ha sido “Ya que vosotros dos no os consideráis españoles podríamos hacer esa entrevista en inglés”, un idioma que desconocen los dos machotes más macarras de la política española.

Disculpen las molestias los aficionados a la hediondez, pero entre «ponte bien y estate quieta” a veces me da  por fijarme en la gente elegante, porque macarras hay mogollón.

Diego Armario